Una persona salta de una roca a otra. De fondo, montañas y nieblaCuando soy diagnosticado con un trastorno mental por parte de la psiquiatría, comienzan a coexistir dos caminos o frentes abiertos para mi recuperación o emancipación personal. Por un lado, un camino que tiene que ver con el entorno exterior, es decir mi familia (que se ve igualmente afectada u obligada a lidiar con la ignorancia, el desconocimiento,  los prejuicios, la información sesgada o la falta de información, el estigma, etc.), y el tratamiento sanitario al que soy obligado a someterme (ingresos involuntarios, contenciones mecánicas y químicas (ser atado a la cama e inyectado con potentes drogas farmacológicas), visitas al psiquiatra de 10 minutos cada tres  o cuatro meses a la unidad de salud mental, inyecciones cada quince días, pastillas diarias, y la imposición de un diagnóstico de cronicidad, que sumado a lo anterior, inicia en mi un proceso de deterioro físico: efectos secundarios de la medicación como engordar, babarme, impotencia sexual. Y efectos secundarios psicológicos: pérdida de autoestima, falta de esperanza, pérdida de sentido de la vida, de proyecto vital, de concentración, sentimientos de fracaso y de culpabilidad, etc.

Todo ello parece también formar parte del tratamiento, y uno se siente abatido, casi como si fuese un castigo, llegando incluso a negarte a ti mismo, a acomplejarte, a reducirte a esa etiqueta, a resignarte a verte a ti mismo como un fracaso, a perder la confianza y la rienda de tu vida.

Porque el diagnóstico es demoledor y, como tal, todo mi entorno actúa en consecuencia. Todos, mi familia, mis amigos y yo mismo, desconocemos al completo como actuar, qué decir. No me queda otra que volver a comenzar de cero, sin entender, sin integrar nada, dándole la espalda a las experiencias de crisis vividas, y así hasta en tres ocasiones.

El silencio y la única pauta que recibí: toma medicación y olvida todo lo demás. El otro camino tiene que ver con mi interior, mi ser coexiste también con cómo los demás viven lo que me ha sucedido, pero también tiene sueños propios. Me cuestiono, me pregunto, y comienzo a desgranar, a realizar un camino individual, muchas veces un viaje al pasado para saber el porqué de algunas de mis vivencias. Crítico conmigo y con el entorno, conozco otras realidades, a otros compañeres, a profesionales con otras miradas en salud mental. Descubro que no hay enfermedades sino personas, que no hay síntomas sino expresiones de supervivencia.

Descubro que puedo mirar de frente y a los ojos a mi locura, a mi familia, a mi entorno, a mi psiquiatra. Y que puedo adquirir un conocimiento y aprendizaje valioso para mi vida presente y futura gracias a mis vivencias, y me doy cuenta de que no sólo sirven para mí, sino también para otras personas. Me empiezo a escuchar, a mi voz, y a validarme y a validarla, a darme cuenta de la precariedad de la psiquiatría, del estigma y el prejuicio que anidan en sus tratamientos. De los intereses económicos de la farmaindustria, de la competitividad del sistema capitalista enfermo de avaricia. Desecho la enfermedad mental, y descubro la salud mental. Lo importante de conocer mis emociones (negativas y positivas), de no reprimirlas, de saber nombrarlas y de saber comunicarme. De lo valioso que es llegar a ser quién eres y no ser lo que crees que los demás quieren que seas.

Me doy cuenta de que la vida no se aprende, se vive, y abrazo mi diversidad y me empiezo a querer. A quererme libre, a deshacer mis creencias limitantes, a quitar de mi discurso mental, de mi educación, lo que no me pertenece ni soy, y que poco tiene que ver con cerebros rotos o disfunciones, y mucho con capacidades y potencialidades. Me doy cuenta de que no soy víctima, pero tampoco culpable. Que me robaron o me robé mi locura porque me querían o me quería normal.

Hoy empiezo a construirme y deconstruirme, como intuyo que hacemos todas a lo largo de la vida. No hay un camino ni una forma únicas y válidas de vivir, y reivindico eso. Que no se nos aplaste. Que se nos diga que sí y que no, pero que tengamos las mismas oportunidades para ser libres. Que, desde aquí, desde nuestra tribu, también estamos construyendo un mundo mejor para todas las personas.

A veces no hay nada más esclavizante y opresor que la norma, y quizás nada más liberador y sano que la locura.

 

Kike G C