Una herradura colocada en una puerta de maderaAlgo me pasa cuando cumplo 18 años. No sé lo que es, y veo que, aunque llevo tres semanas sin tomar nada de alcohol ni tóxicos, las sensaciones raras no se me pasaban… Estoy asustado. Creo que me vigilan y creo que me están echando algo en la comida para hacerme daño, matarme o que me siente mal la droga. Sigo consumiendo porque es la manera que encuentro para paliar o aliviar estas sensaciones. En esta época ya había dejado los estudios por mi hiperactividad. A mis padres les dijeron que me costaba mantener la atención y eso era el motivo de mi fracaso escolar.

Comencé a formarme en el oficio de herrador de caballos que finalicé, e incluso llegué a montar mi propio negocio. Contaba con una red de amigos consolidada desde mi infancia, mi familia era una familia totalmente estructurada y bien posicionada, mantenía mis relaciones afectivo-sexuales como cualquier chico de mi edad.

Me sigo sintiendo mal y me orientan a que posiblemente tenga una depresión. Me mandan antidepresivos, pero yo no estoy conforme y no mantengo adherencia al tratamiento. Yo quería una vida normal y aparentar que no pasaba nada. Seguía consumiendo y pensaba que podía controlarlo. El consumo se descontrola y descuido mi tarea laboral de herrador (no atiendo a los clientes, mi ritmo es menor porque prácticamente estaba colocado). En este proceso, cambio de trabajo y me caso con mi pareja de tres años a la que quise y quiero y a los tres meses decido ingresar en un centro de desintoxicación ante mi incapacidad de parar de consumir.

Cuando regreso del centro, retomo mi relación y mi trabajo y nace mi hija Inés, pero las voces siguen estando. Me diagnostican esquizofrenia paranoide, que no acepto, pero intento seguir mi vida sin consumo y con mediación antipsicótica. En el trabajo comienzo a sentirme presionado (pienso que hay un complot hacia mi persona por lo que hago), mi relación se tambaleaba, el rol de padre me exige cambiar el hábito del sueño, mi casa está llega de gente y no siento intimidad con mi mujer.

Comienzo a aumentar el consumo de tabaco, siento ansiedad y estrés. Las voces de castigo no paran en mi cabeza. Me rompo y termino recayendo en el consumo de tóxicos, con lo que conlleva el despido del trabajo, la ruptura de pareja, la pérdida de mis amigos, el rechazo de los compañeros de trabajo, el distanciamiento de algunos miembros de mi familia. Finalmente tengo que volver a mi casa con mis padres. Aquí empiezo a pensar que la he cagado, que no hay solución, que me quiero morir, que nadie me entiende, soy un problema para la familia. He perdido todo y puedo perder a mi hija…

Aparecen con frecuencia las ideas autolíticas: ‘me meto una espiral de cocaína hasta que reviente, lo tengo claro…’. Los deseos de morir no desaparecían, pero no tenía la capacidad de hacerlo. Creo que lo que me ayudó fue el pensar que mi hija tenía derecho a conocer y tener un padre. Contaba con el apoyo de mis padres y coincidió el conocer a personas que me acompañaron en este sufrimiento.

Es entonces cuando comencé a sentirme entendido. Gracias a que soy una persona extrovertida y actualmente suelo vomitar todo lo que siento y me pasa. Compartirlo es muy difícil, porque este tipo de ideas o intentos producen vergüenza, acarrear con el estigma, el miedo a ser juzgado, incomprendido, bicho raro y culpa, mucha culpa.