Persona experta_Diversamente

“¿Somos las personas usuarias expertas en salud mental?”

Me parece que fue nuestro entrañable Vicente Rubio quien en su propuesta de plan terapéutico introdujo la idea de que las personas usuarias somos expertas en salud mental, y que, ante esta condición, sería bueno que participáramos en las acciones de soporte de los procesos de recuperación.

Esta innovación supondría un salto cualitativo en el empoderamiento de nuestro colectivo, tan necesitado de autoestima y de protagonismo; una oportunidad excelente para la participación.

Pero hagamos una lectura más exhaustiva del significado que implica ser una persona experta en los procesos de la salud mental.

Bien es cierto que somos doctores del padecimiento; que podemos ofrecer “truquillos” y consejos para sentirse mejor, por tanto nuestro testimonio de recuperación es vital a los ojos del nuevo; es cierto que somos depositarios de nuestras necesidades y de nuestras potencias; y sobre todo, que tenemos capacidad de escucha y empatía con aquel que ha pasado o está pasando por lo mismo. En este sentido somos entendidos.

Quizás, desde el momento en que recibimos la noticia del diagnóstico nos lleva un poco de tiempo el asimilar nuevas situaciones, y aún no hemos aprendido el lenguaje que rodea el mundo de la salud mental en positivo. Sin embargo, cuando interiorizamos ese mundo, ese tesoro que llevamos dentro cada persona afectada, el lenguaje se va enriqueciendo, y vamos cayendo en un estado de comprensión, y entramos en un proceso de evolución, en razón de nuestra experiencia.

Empezamos a madurar términos y procesos como ayuda mutua, ingresos, medicación; vamos participando en comisiones, reuniones del comité, cursos de habilidades sociales, seguimientos con los/as profesionales; ejercemos de apoyo. Así, van aflorando los conocimientos en armonía, y en unión con la experiencia personal de cada cual, logramos un punto de vista auténtico sobre la salud mental.

¿Quién mejor que las propias personas usuarias, en calidad de exploradoras de la realidad que nos afecta y de nuestra conciencia de bienestar, conocemos lo que sentimos, el valor de nuestra opinión? Enlacemos nuestros brazos con el compañero que necesita apoyo, de igual a igual, en una conexión única e irrepetible (y sin quitarle su parcela a los profesionales).

Pero, con todo, no debemos conformarnos con las vivencias como fuente de saber, y si queremos aspirar a tan alta estima, como ser considerada una persona experta, debemos atesorar también un conocimiento empírico y objetivable, relativo a la ciencia.

Para dar visos de realidad al sueño en que, algún día, formemos parte de los equipos de las unidades de salud mental como personas expertas, debemos adquirir un bagaje académico; una selección de fundamentos que fortalezcan nuestro consejo y lo eleven de categoría, en lo que sería una asistencia sanitaria de calidad.

Las sinergias que se producirían entre el mundo profesional y las certezas de las personas que han aprendido a vivir con la dificultad, traerían un beneficio innegable. No hay nada como hacer equipo, cada uno con sus fortalezas y capacidades, pero remando en la misma dirección.

Además, esto de que la categoría de experto/a tuviera una razón teórica podría ser un elemento de cohesión dentro del movimiento asociativo, pues podrían propiciarse cursillos con que alcanzar la nomenclatura de persona experta en salud mental. Y el trasvase de conocimientos haría irreductible la identidad del conjunto, ahora en la nómina del saber.

La condición de persona experta fue un sueño de Vicente Rubio, y ahora nos corresponde a nosotros vigilar su legado. Vicente dedicó buena parte de su existencia a reflexionar sobre su circunstancia, y a buen seguro que su experiencia era formidable; ahora su sueño es un reto que nos compromete con el mañana.

No bajemos los brazos ante el conformismo y aceptemos la asignatura del saber, porque ser un experto/a tiene un precio, y se llama “compromiso”.

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