De la mente rígida a la mente flexible

Los rasgos de una mente rígida son: dogmatismos (palabras difíciles), solemnidad, amargura, normatividad, no cabe excepción a una norma en ningún caso, prejuicios, simplicidad y autoritarismo.

Por el contrario, los rasgos de una mente flexible son: análisis crítico, humorismo, lúdico, inconformismo, imparcialidad, complejidad, pluralismo.

Las mentes rígidas no se llevan bien con las relaciones interpersonales, el entorno y el apoyo social no suele ser favorable. También se relacionan con el alcoholismo, con la esquizofrenia, la depresión o, como es mi caso, con el trastorno delirante.

En los veinte años de enfermedad, muy lentamente mi mente ha pasado de ser una mente rígida, a una mente casi flexible.

En un primer momento, la mente cerrada y rígida me ha costado en los servicios de urgencias de los hospitales que no colaborara con ellos y que me ingresaran con un brote psicótico. La mente la tenía bloqueada, tenía suspicacia, y los servicios asistenciales se desesperaban por mi poca colaboración y empatía con ellos. No obstante, también me topé con algún profesional con mente también rígida y, cuando concurría este supuesto, la experiencia era horrible. El médico se iba del cuarto dando un empujón y cerrando la puerta. Dejando paso a otro médico porque él no se veía capaz de continuar con el debate y las preguntas que me debía hacer para decidir el diagnóstico y el tratamiento. Yo, en la mayoría de las ocasiones, me negaba a contestar a las preguntas del médico de guardia y me mostraba prepotente; en realidad, no era consciente, ni tan siquiera que estaba en un hospital en muchas ocasiones.

Recuerdo, en un ingreso involuntario, que una médica me preguntó que qué tal con mis padres y yo le respondí, de forma autoritaria, diciéndole que de mis padres “no hablaba”; entonces tenía una trama de delirios de perjuicio y persecución de mis padres y me daba vergüenza y miedo contar lo que ideaba mi mente en ese momento, porque pensaba que podía tener consecuencias muy negativas para mí si contaba lo que mi mente enferma pensaba, cuando en realidad, era lo contrario, contarlo hubiera pacificado mi estrés mental y emocional y hubiera sido un gran alivio.

Tras estar tres o cuatro horas en el cuarto del servicio de guardia, “atascados” conmigo, ante esta situación infranqueable y sin ningún tipo de intención de cambio por mi parte, pues mi delirio me llevaba también a pensar fehacientemente y de una manera irreductible a la lógica que “yo no debía estar en el hospital y menos siendo interrogada con una persona de bata blanca”, me dejaron ingresada.

Ya en la habitación, el estrés mental y emocional, que me producía un fuerte dolor de cabeza, fue bajando de intensidad; tenía ganas de descansar y de dormir y empecé a tener consciencia de que “algo no funcionaba bien en mi mente”. Sobre todo, cuando el personal sanitario me dio el camisón y me dijo la habitación y la cama que me correspondía de forma neutra. Esa forma neutra me calmó bastante, pues no tuve miedo, pero tampoco tuve ideas de grandeza.

Por otro lado, siempre fui una persona alegre, pero sería el trabajo de magistrada y las obligaciones que me imponía la vida lo que hizo que desarrollara una mente rígida y muy perfeccionista. Esa rigidez no me permitía saber cuándo algo era broma y cuándo no lo era.

Cuando me vino la enfermedad, esto se acrecentó, aumentó la resistencia al cambio y a ver todo en sentido literal. No veía “la salsa de la vida”. Esto me ha traído también numerosos problemas.

Mi país es alegre, guasón, burlón y hay que saber encajar también las bromas si están realizadas de formas bienintencionadas, por supuesto.

Mi familia es bastante bromista e inteligente y me han realizado diversas bromas que yo creí reales hasta que con la autocrítica y mi mente flexible en este punto me daba cuenta de lo obvio que era, es decir, que estábamos ante una broma.

Ahora, mi entorno, como se dan cuenta que esto no me conviene demasiado todavía porque estoy en proceso, no soy lo suficientemente flexible aún en cuanto en el humor, procura no hacerme bromas o, si las hacen, es notorio y palpable que se está ante una broma y no se trata de un caso ambiguo y, esto, está mejorando mi bienestar emocional, físico y mental.

La rigidez también se ve muy bien en el tema del estigma:

Cuando nos acercamos a una persona que tiene prejuicios contra quien tiene un problema de salud mental, el diálogo podría ser el siguiente:

  • ¿Acaso me ves peligroso para estigmatizarme?
  • Sí.
  • ¿Tienes alguna prueba objetiva que lo corrobore?
  • NO, PERO LO SÉ.

Con la rigidez estamos en una constante paranoia del fanatismo, pues si pensamos que los otros son mis enemigos, deberé estar a la defensiva para anticiparme a la agresión. Por el contrario, con la mente flexible, reinará la confianza y está demostrado que el 90% de las cosas que nos preocupan no llegan a producirse nunca.

Desde una mente flexible, tengo presente que mi trastorno delirante es un problema complejo, no simple, que no se cura de un día para otro.

Ya son veinte años transcurridos con la enfermedad y veo claramente el buen progreso que estoy realizando. Sí algún día tuviera la mala pata de sufrir otro brote psicótico, seguro que ya me propondría a colaborar para evitar un trauma. Estoy segura de que si cambio de actitud, me regularán la medicación y me mandarán para casa teniendo a mi marido como cuidador conviviente conmigo.

Es más, creo que si me llegara a encontrar mal, lo diría antes de que me diera la crisis y aceptaría ir a consulta ambulatoria para que la posible desmejora que pudiera sufrir no fuera más allá y con el nuevo tratamiento farmacológico y la psicoterapia fueran suficientes para mandarme también a casa, practicando el autocuidado, la autorreflexión, la autocompasión, sin olvidar la autocrítica.

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.