Testimonio Miradas II

Dice un refrán que “oír, ver y callar”. Este testimonio en primera persona es una continuación de otro titulado Miradas I.

Con el paso de estos días, la vida me sonríe, ya tengo de nuevo ese instinto nato de saber mirar o no mirar a la gente como lo hacen los niños.

Lo que me ha ocurrido a medida que lanzaba lo que yo llamo micro miradas, o que no miraba si el contexto no lo aconsejaba, o lanzaba miradas de reojo, es que paralelamente lo que antes era mirar y escuchar una conversación de unos desconocidos, con el consiguiente sufrimiento para mí, pues lo que yo deseaba era no escuchar ninguna conversación ajena, que nada me importaba al no referirse a mi persona, claro. Sorprendentemente, lo que comencé a escuchar fue el soniquete del bullicio de la gente hablando, por ejemplo, en una cafetería, en el supermercado, etc. Con esto, pasaba de un estado de alarma a un estado de calma, con unos cambios fisiológicos en mi cuerpo importantes. Se dulcificaba la mirada y sonreía amablemente al camarero, que me traía la consumición, o a la cajera del súper, cuando iba a pagar la compra, ya no tenía taquicardias, ansiedad, ni me temblaban las piernas. También bajaba el cortisol, que si está alto es el responsable del azúcar alto entre otras causas. Me sube las endorfinas, la dopamina y la serotonina y mi vida está envuelta en un estado de quietud y de plenitud que me hace estar “a buenas” con mi entorno y no irritable y ello es solo obra de mi mente, que no me juega malas pasadas y no tiene delirios.

Es estupendo poder disfrutar de este estado de bienestar social, pues te sientes bien y en paz contigo mismo y con los demás.

La vida hace que recibamos a diario miles de estímulos, unos más importantes que otros, y hay que saber discriminar y decir “Bah” a algunos y saber pasar , y en otros casos coger los cuernos del toro y afrontar la realidad si, por ejemplo, alguien pretende acosarnos por vernos una persona vulnerable, porque en la mayoría de las ocasiones, seamos personas con problemas de salud mental o no, la vulnerabilidad en un momento dado, se nota, la gente se apercibe de esta situación y hay gente mala que te puede hacer daño y a esa gente hay que ponerle límites, ponderadamente al mal que te haya causado, es decir, no de manera desproporcionada, por ejemplo, si te llama “loco”, no le vas a pegar una paliza, simplemente, con educación, le respondes que es un “sinvergüenza”.

Es por eso que la vida nos saca en determinados momentos del día o de la noche de nuestra zona de confort. Imaginemos que viene frente a nosotros un hombre fortachón con cara de enfadado y con los puños cerrados, lo mejor será cambiarse de acera si es posible, y si no, alejarnos de él en cuanto podamos.

No hay que desconocer que la violencia está presente en todos los entornos y contextos y que hay que saber combatirla y procurar nunca ser víctima de ella sino salir airosos siempre, si se puede, de situaciones conflictivas que se plantean en el día a día, y ello según nuestras capacidades y limitaciones, de manera más o menos autónoma, con medidas de apoyo puntuales y siendo nosotros, los que tenemos un problema de salud mental, los que decidamos por ejemplo si interponer una demanda contra el que nos ha causado un daño y tener derecho a percibir una indemnización económica. El artículo 1255 del Código Civil, que recoge esta posibilidad, no discrimina si la víctima tiene o no un problema de salud mental a la hora de reclamar una indemnización.

Al principio de mi primer brote psicótico incurría de forma permanente y persistente en dos delirios primarios llamados: “difusión del pensamiento” y “robo de pensamiento”. El primero se caracteriza en pensar que lo que yo creía, ideaba, pensaba lo expandía con mi mente, a modo de telepatía por la sociedad en sentido unidireccional, aunque siempre me preguntaba por qué nunca tenían repercusiones las ideas que yo expandía, y esto me generaba una gran vulnerabilidad y sufrimiento. Fue mi psiquiatra el que me dijo, cuando le relaté lo que me pasaba al cabo de meses de sufrimiento escondiendo esta circunstancia por miedo y vergüenza a la vez, que se trataba de un delirio primario y que no llegaba a nada haciendo eso, que a nadie llegaban mis ideas de esa forma, que hablara y lo contara.

Igualmente también tenía “robo de pensamiento”, que era lo contrario, creer que las personas sabían lo que yo pensaba y que quitaban mis ideas creativas; aquí había también una cierta suspicacia; también me planteaba que en la realidad no veía que nadie se aprovechara de lo que pensaba.

De esto han transcurrido 15 años y hoy ya no tengo este tipo de delirios. Ahora lo veo muy claro, pero sí tengo o tenía hasta hace poco tiempo otro delirio primario llamado “transferencia del conocimiento”, pensar y conocer no es lo mismo. Pensaba que cuando conocía sobre una materia o sobre algo y deseaba que una persona a la que tenía al menos afecto quería que lo supiera, en vez de contárselo en viva voz, se lo decía con la mente, a veces era algo real lo que quería comunicar, otras veces era una trama delirante de la que, haciendo juicio de realidad, ya dudaba sobre su verosimilitud y pensaba que si lo contaba de mente a mente nadie me iba a castigar. En ambos casos, sobre todo en el segundo, el sufrimiento era grande porque deliraba. Así, con mi mente, a mi marido creí que le contaba que mi profesor de inglés era un acosador y que me quiere “echar un polvo”. Al ser una acusación muy fuerte y no estar segura de lo que veía, por mi trastorno, prefería hacer uso de la transferencia de conocimiento y mi marido nunca me respondía obviamente, y yo me sentía desamparada y triste, además de vulnerable.

Hoy he estado con la psicóloga y hemos hecho una prueba de este delirio y me ha dicho “a ver, intenta decirme algo con la mente”, y yo con mi mente, pero hacia mí, dije “estamos perdiendo valores, hay que hacer algo para recuperarlos” y mi psicóloga me ha dicho “nada, no te he escuchado nada”. Hoy, por fin, lo he verbalizado y he comprobado que, aunque intentaba hablar con ella, era conmigo con quien hablaba.

Yo sentí un gran alivio porque últimamente “hablaba” y me “comunicaba delirantemente” con muchas personas de mi entorno y aunque no me producía tristeza en algunas ocasiones, ya que me sentía feliz pensando que estaba hablando con una persona querida que estaba a 500 km. de distancia y no me sentía sola, con la autocrítica y la medicación me fui dando cuenta de que quizás estuviera hablando conmigo misma, y hoy me lo ha corroborado la psicóloga.

Y de esta circunstancia estoy muy contenta porque, aunque es un fracaso, pues estaba delirando, en el fondo es un triunfo, porque ahora estoy todavía más estable y compensada y soy menos vulnerable.

La psicóloga y yo, ya charlando, al acabar la terapia, llegamos a la conclusión que si el ser humano llegara a poder realizar la transferencia del conocimiento algún día podría ser el final de la humanidad.

 

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.