Miradas-Pilar Torres

Por lo general, y digo por lo general porque hay excepciones, como precisaré más adelante, a la gente, salvo contextos determinados como una boda donde los novios reciben alegremente todas las miradas de los comensales, no le gusta que le miren a la cara, y tampoco al cuerpo en general.

Cuando vas por la calle y te cruzas con un desconocido, cuando estás es una cafetería, y tienes alguien en la mesa de enfrente, no es loable mirarle a la cara porque cuanto menos eso es una falta de respeto, una fatal de habilidades sociales y, a veces, pueden llegar a algo más grave como un acoso callejero o acoso sexual.

Yo en este terreno creía que me comportaba normal y no era así.  Cuando cruzaba la mirada con un desconocido que previamente no me había mirado, pensaba, de soslayo, es decir, que esa mirada mía duraba menos de un segundo, pero estaba equivocada. Mi mirada, en la mayoría de los casos, era escrutadora y había personas que me miraban a los ojos enfadados y sin conocerme de nada me decían: “tú qué miras”. Yo no comprendía nada. No pensaba que estuviera haciendo nada incorrecto y, sin embargo, la agresividad contra mí era patente, hasta temer que a lo mejor en alguna ocasión pudiera recibir una agresión si me cruzaba con un personaje con mala prosapia y de mal carácter.

Andaba, entonces, a veces por la calle con la cabeza baja, pero me acordaba de la frase que mi madre me decía desde la juventud, que levantara la cabeza, y ahora compruebo por fin que puedes ir con la cabeza alta, tener buena autoestima y no molestar con miradas inadecuadas a nadie. Es un gran alivio, ya no sufro por esta circunstancia.

A partir de la circunstancia de agresividad hacia mí por parte de ciertas personas y comentarios bienintencionados de otras personas que decían que “cómo miraba”, en tono despectivo, empecé a investigar diversas miradas en diversos contextos y llegué a múltiples conclusiones:

  • Salvo contextos determinados como un funeral, una boda, donde hay intimidad y la gente se mira a la cara, hay solidaridad o alegría, por ejemplo, la gente por lo general no se mira a la cara ni se saluda profundamente.
  • Con las personas de tu entorno, amigos, vecinos, compañeros, dependerá del grado de confianza que tengas, del tipo de vínculo más o menos profundo e íntimo que exista. Así debe ser tu mirada hacia ellos. Así te puedes parar en la calle con una conocida y charlar con ella un rato o simplemente saludar con un “hola” y de soslayo a un vecino con el que no tienes mucho trato. Lo importante es qué interpretación vamos a dar a la reacción de la otra persona. Imaginemos que ya hemos terminado de despedirnos con alguien con una sonrisa abierta a la cara y nosotros añadimos “hasta luego”, volviendo a “mirarla” a la cara. Lo normal es que esa persona, aunque sea nuestra amiga, no nos mire a la cara porque nosotros no hemos tenido la habilidad social de saber despedirnos y ella se ha visto intimidada, incluso, con miedo, la podemos asustar con este comportamiento anómalo. Y nosotros pensamos “¡no me ha mirado al final a la cara, será idiota! Y era mi amiga, la voy a coger manía”. Y así, con ese comportamiento, empezamos a perder el entorno seguro que teníamos y podemos llegar a descompensarnos.
  • Yo sé que tengo esa tendencia a quedar de vez en cuando “lela y embobada” mirando a la gente, fruto de mi trastorno mental, pero cada vez me ocurre en menor medida y mi objetivo es que llegue a desaparecer por completo este tipo de comportamiento. Para ello, se me ocurrió como estrategia mirar a niños de cuatro o cinco niños, a ver qué hacían ellos y pude comprobar que, como los adultos, iban a lo suyo, que no miraban a la gente tampoco y yo pensé “¡o sea, que un niño tiene más habilidades mentales que yo!”, y pensé que se trataba de algo quizás innato, fruto de un instinto de supervivencia. Estando en la parada del autobús, una niña de unos cuatro años me miró a la cara jugando y yo le respondía con la misma sonrisa, entonces la niña preguntó a la madre “¡mamá la miré a la cara, ¿hice bien?!”, y la madre le dijo que sí, porque yo también la había mirado. Era evidente que la madre estaba equivocada y que estaba educando erróneamente a su hijita, porque su hija fue quien me miró primero y yo simplemente le respondí.
  • Saludar y despedirse son dos habilidades sociales complejas que tienen que ver con el mirar o no mirar a las personas, y no hay que confundirlo con observar, que es fijarte en algo, ni con ver, que es apercibirse de algo.
  • Hay personas muy vanidosas que, sin embargo, lo que quieren precisamente es que las miren, o que las observen. Entonces, te miran fijamente, sin escrúpulos, hasta que tú terminas por mirarlas o fijarte en ellas. Para mí esto es una provocación y yo lo que hago en estas ocasiones es no entrar en ella, y me va muy bien. Simplemente paso. El personaje en cuestión, al cabo de un rato, se va olvidando de mí porque observa, es decir, se fija, que yo paso de él y así me lo quitó de encima.
  • A veces te sientes utilizada en las miradas. Me ocurrió esta semana. Paseaba por el barrio y me crucé con una pareja que me miró décimas de segundo, igual que yo hice, lo que me sirvió para ver que entre ellos había cierta tensión, y yo no miré más a ninguno, la cosa no estaba para bromas. Él dijo: “y encima no me mira”. ¿Cómo se debe interpretar esto? Lo dejo a la libre elección del lector. Pero para mí cabrían dos interpretaciones: que se refería a mí y que él actuó vanidosamente por dar celos a su novia o que se refería a ella y sintió no atraer ni a mí ni a su novia, hiriéndose el orgullo.
  • Hay personas, normalmente vulnerables, en un grado mayor o menor, que tienen una angustia constante porque piensan que la gente las mira, su sufrimiento es grande. Desde estas páginas me gustaría decirles que la gente, por lo general, va a lo suyo, que no se para a mirar ni a observar a nadie. Sobre todo, quiero hacer constancia de que las personas con un problema de salud mental no piensen que sus seres queridos y su entorno no les quieran porque no les saluden en un momento dado o no les miren, que hagan autocritica y se planteen que quizás no era ese el momento de intercambiar una mirada, pero que el amor y el cariño que del ser querido sigue existiendo.
  • Y todo lo dicho se encuadra en un contexto más amplio donde la frivolidad, la exposición pública, la exaltación de la belleza, las redes sociales, los móviles, lo digital, es lo que está al alcance de la mano, pero hay que saber conjugar una cosa con otra.

 

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.

 

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