Un hombre con capucha algo triste, frente a una pizarra y con los brazos cruzados. En la pizarra, dibujados unos brazos fuertes y musculosos.Hola, me llamo Federico, tengo 53 años y padezco de esquizofrenia paranoide desde los 18. Creo que las enfermedades mentales como cualesquiera otras no las podemos escoger, al igual que el que padece una alergia al polvo o una hernia discal. Yo padezco una enfermedad mental y lo sé, pero también quiero que se sepa que esto no siempre fue así. Las enfermedades mentales, al igual que una fractura de un hueso, por ejemplo, se producen de manera fortuita. Aparecen sin avisar y cuando menos te lo esperas. El problema es que una fractura hoy en día es de fácil solución, mientras que con los problemas de salud mental graves no ocurre lo mismo. Contraer una enfermedad psiquiátrica grave supone – no sólo para uno sino para todos los familiares y allegados – la amputación de raíz de cualquier proyecto de vida normalizado.

En mi caso los comienzos fueron tortuosos, lentos y en progresión ascendente. Me rozó el mundo de las drogas en los años 80 y eso facilitó sobremanera la aparición y desarrollo de la enfermedad. Así comencé a ir dejando de un lado los estudios, y mis amigos empezaron a rechazarme. En unos años desconecté totalmente de estudios y amistades, llegando a un total abandono de la percepción de la realidad y aun aislamiento social extremo. Demasiado ruido, demasiado sofá, demasiada televisión, demasiados porros… La personalidad iba destruyéndose.

Llegado un momento alcancé un estado de estupefacción y locura que a pesar de su gravedad indudable no fue visible para mi familia, pasando hasta cinco años de tortura psicológica y soledad límites. La paranoia iba en aumento, hasta que cuando se hizo visible me tuvieron que ingresar en el hospital psiquiátrico de Oviedo conocido popularmente como “La Cadellada”. Corría el año 1988 y yo tenía 23 años. Allí viví los últimos coletazos del sistema manicomial que prevalecía por entonces. Había gente desnuda por los pasillos, había peleas, había contenciones mecánicas y químicas… había electroshock… Para entonces vivía en un mundo aparte en el que era un ser telepático que escuchaba voces que sólo existían dentro de mi cabeza. No obstante eso era lo de menos, la realidad era que mi vida se estaba destruyendo.

Pero cuando salí de “La Cadellada” lo que me encontré fue casi más duro aún: el desprecio, la burla, el insulto, también el miedo, la falta de información o información errónea de que yo era de poco fiar y un asesino en potencia. Lo que quiero decir es que después de mi paso por ”La Cadellada” pasé a convertirme en un “loco oficial” para todo mi entorno viviendo con crudeza los rigores del estigma que tanto nos perjudica a mí y a otros muchos que como yo hemos tenido la mala suerte de contraer una enfermedad mental grave.

También pasé por varios intentos de suicidio. Salté desde un segundo piso al vacío e ingerí pastillas masivamente.

En la actualidad estoy lo que se denomina “compensado” y desde mi conocimiento y contacto con asociaciones como AFESA – Avilés (Asturias) y con mucho esfuerzo he ido adquiriendo la esperanza y luego la confianza de que mi recuperación es aún posible. Para ello contribuyo modestamente involucrándome con el comité en primera persona de dicha asociación. De este modo intento no sólo ayudarme a mí mismo sino también poder servir de ayuda a otras personas que están pasando por alguna situación similar.