Recordé, tumbada en la cama de la habitación de la clínica psiquiátrica, que una vez leí que los psiquiatras usan de la persuasión y el engaño para que el paciente sea sometido a tratamiento si no tiene conciencia de enfermedad. Hoy, estable y compensada, entiendo que lo que ocurría en mi mente era que había una gran suspicacia y una falta de realidad que no permitía tener un buen vínculo terapéutico con el profesional de la medicina que me estaba asistiendo. No confiaba en nadie, y no tenía conciencia de la enfermedad, pues en mi cabeza había una poderosa trama de perjuicio delirante que trataré de explicar.

Con ese pensamiento delirante rebobiné el carrete de mi memoria para que encajara en otro distinto y me acordé de lo que me dijo la directora de la clínica cuando ingrese en esta, en un tono nervioso me llevó a la cama de la habitación situada junto a su despacho, lo que no era casualidad, me dijo, “anda, firma el acta voluntaria de ingreso voluntario, mi padre es un psicópata…”. Al oír decirle que su padre era un psicópata, me sentí muy aliviada pues era eso precisamente lo que pensaba mi cabeza, que el gerente de la clínica había conseguido que yo ingresara en ella para ganar bastante dinero mensualmente del seguro médico que tengo contratado. Pero ¿era eso cierto? No, había oído solo la mitad bien, que firmara el ingreso voluntario, pero en relación a su declaración, fue una alucinación auditiva que me hizo creer que yo había oído eso.

En mi mente delirante, después de dos días allí ingresada, sin recibir tratamiento terapéutico, y tomando la medicación prescrita controlada por las auxiliares, se me apelotonaban preguntas como “¿nadie hace nada, sabiendo que hay un psicópata? ¿No habrá rumores al respecto?”. Estaba claro que eran pensamientos delirantes y rumiaciones, así como pensamientos intrusivos que no dejaban desbloquearme la cabeza, pero al estar dentro de mi cerebro y yo no contarlo a nadie, estaban ocultos a todo el mundo, incluso a los profesionales, solo que mi cabeza giraba y giraba con un pensamiento y con otro sin aterrizar en la realidad.

Testimonio Pilar Torres IIYa fuera de la clínica, mi esposo me reconoció que el médico le dijo en su momento, que yo no terminaba de aterrizar, y así no podían hacer terapia conmigo, solo podía tomar medicación para que me bajara la dopamina, que la tenía por las nubes.

Dándole vueltas a lo que creí oír de la directora, me reafirma aún más en mi delirio, pensando que si dijo lo de su padre fue una argucia para convencerme para firmar y que yo gracias a mi empatía lo había hecho, me sentí realmente indignada. Lo veía y vivía como algo completamente real.

Siguiendo con el delirio, y puesto que tengo una inteligencia superior a la media, soy dada, si estoy descompensada, a idear tramas muy complejas delirantes a las que no llegan otros enfermos, afortunadamente para ellos. Comencé a confundir a la directora a la que ya había cogido además una fuerte manía, porque me sentía engañada con ella, con otra persona que también acudía a la clínica y que era igual que ella. Ya estaba, eran dos hermanas gemelas, igualitas, igualitas. Las llamé Alicia y Tamara, y sabía que no estaban clonadas porque esta está prohibida por la ley.

Por momentos, a medida que la medicación iba haciendo su efecto y pasaban los días en la clínica, mi cabeza regia y por experiencias anteriores sabía que cuando la percepción subjetiva fuera altamente improbable o poco sostenible, podría estar fuera de la realidad objetiva, llamada por mi “A”, y hallarme en un espacio de pensamiento de ideas delirantes “B”, donde la relación interpersonal se deteriora y se pierden tanto las habilidades sociales como la empatía.

Pero enseguida volvía a la irrealidad, de la noche a la mañana me había hecho con acciones de la sociedad de la clínica, pero a la vez me preguntaba, cómo lo había conseguido, si no había asistido a ninguna junta, los conocimiento jurídicos que tengo me ayudaban a quedarme en la realidad aunque fuera por momentos. Cómo lo iba a hacer sin la representación de alguien en estos momentos en los que no podía defenderme por mí misma, efectivamente, ya empezaba a tener consciencia de enfermedad. Yo deseaba que cambiara la administración de la sociedad que creía regentaba Tamara, pero cómo lo iba a conseguir si no hablaba por teléfono con alguien y la telepatía no está reconocida científicamente y yo no creía en ella.

Mi cabeza en esos días funcionaba como el cuento de Aladino y la lámpara maravillosa. Pide tres deseos y se te concederán. Es decir, quiero que cambie la junta directiva de la clínica y automáticamente cambia. Mi mente estaba plena de estos pensamientos automáticos, sin ningún tipo de señal, lógica o prueba que avalara o diera consistencia a aquello que afirmara. Había en mí una cierta megalomanía.

A mi marido también le odiaba. Pensaba que no me daba protección, que no me ayudaba, y sobre todo que no me creía. Con el paso de los días comenzaron en mi mente las emociones positivas con él, al recordar vivencias felices a su lado, ya estaba en disposición de poder verlo en los próximos días. Su sufrimiento era notable, pero yo no lo veía, creía que estaba feliz, que mi internamiento en la clínica no le afectaba en absoluto.

Desafortunadamente cada vez que tuve una crisis me venía la idea recurrente del divorcio, justo cuando más necesitaba protección y más vulnerable era.

El inicio de esta trama delirante que llevó al ingreso en la clínica fue creer que todos los hombres machistas de este país se habían confabulado para matar a sus mujeres esa noche y entre ellos, estaba mi marido. Ante este terror, me encerré en la habitación de mi casa y cerré con llave la vivienda. Al no poder entrar mi marido a la vivienda, pidió ayuda a la policía, y a sanidad, y por fin salí de la vivienda sintiendo gran alivio cuando me encontraba en la ambulancia. En su interior me sentía tranquila, y la policía y los sanitarios también estaban tranquilos porque a mí me veían así. No había peligro inminente para nadie.

En la primera visita que me hizo mi marido a la clínica le dije que no habláramos del divorcio porque no me salían las palabras, sentía una fuerte angustia y mucha ansiedad, empezaba a estar mejor y tenía muchas contradicciones en mi cabeza. Lo cierto es que en ese espacio seguro para mí, como era la clínica, yo ya no temía que mi marido me fuera a hacer daño, al contrario me sentía de nuevo enamorada de él. Lo único que le dije fue que la próxima vez que fuera necesario que llamara antes a la ambulancia y luego a la policía y no al revés y me prometió hacerlo.

A la mañana siguiente comencé la primera sesión de psicoterapia con mi doctora. Me preguntó  que cómo me encontraba y yo le dije que había un poco de todo. Con el tiempo y en las distintas sesiones se iría informando de mis pensamientos, emociones y creencias.

Lo primero que le comenté fue una trama delirante importante y que consistió en decirle que mi maestro me había escrito una autobiografía autorizada sobre mi vida. No podía hacer la autocrítica que ahora hago “¿quién soy yo tan importante para que alguien me haga una biografía autorizada?”.

Las ideas de la violencia de género y de la fama son recurrentes en las tramas que he tenido durante mis delirios.

Era cierto que un profesor de penal me había dicho que podía quedarme en su despacho para hacer el doctorado al terminar derecho y más tarde me dijo que me dirigiría la tesis, pero de ahí a considerarlo mi maestro, va un trecho. Es verdad que cuando aprobé Judicatura, le llame a él en primer lugar y que dijo que se alegraba, pero en mi cabeza, la dopamina y el estrés como elemento precipitante daban una piruleta y, andando por su cuenta, imaginaba que ese profesor me había escrito una autobiografía por el hecho de que era mi deseo, como si tuviera la lámpara maravillosa en mi poder.

La médico me dijo que no pretendía probar mi error y demostrarme que era una creencia delirante pues ello afianzaría más mi creencia y aumentaría mi preocupación y el tiempo que iba yo a dedicar en pensar en este tema y tampoco quería que yo me sintiera completamente incomprendida. Todo lo contrario, me mostró empatía con la preocupación que tenía sobre el tema que me estaba dedicando a pensar ya que llegaba a ser casi obsesivo.

Yo pensaba que mi padre le pagaba a mi maestro por el trabajo. La médico me preguntaba “¿Qué dirías si le pides a tu padre el dinero recaudado hasta este momento y te dice que no hay ninguna biografía autorizada a tu nombre y que no sabe nada de tu maestro? ¿De qué forma podrás conseguir distraerte de este tema que tanto te obsesiona?”.

Ahora el trabajo me tocaba hacerlo por mí cuenta, la autocrítica. A la salida de la sesión me dirigí desconsolada, aturdida, perdida, mareada, al jardín donde me estaba esperando Miguel y le conté claramente lo que creía acerca de mi autobiografía autorizada. Él fue más directo que la médico y también me dijo que eso no era verdad; que mi padre, si no se lo había contado dada la buena relación que había entre ellos, era porque no era verdad, pues de ser cierto, sería una buena noticia. Ahora mi marido tampoco me creía, pero yo ya no lo odiaba ni le pedía el divorcio, ya me encontraba bastante restablecida.

A los quince días, hecha casi totalmente la autocrítica, me dieron el alta en la clínica, y de nuevo, comencé a tener una vida normal.

 

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.

 

Lee aquí la primera parte del testimonio.