Testimonio de Pilar Torres IVEl penúltimo brote psicótico ocurrió ya hace bastante tiempo, aproximadamente seis años. Ahora me pongo a escribir tratando de ver con objetividad qué ocurrió en realidad, con el delirio y con la verdadera realidad no alterada.

Fue en la Ciudad de Oviedo. Yo estaba tomando la medicación prescrita por el psiquiatra y acudía con regularidad a las sesiones de psicoterapia en AFESA.

Por aquellos días, me encontraba un tanto estresada y tenía problemas con la percepción, siendo el estrés la causa precipitante a que venga el brote psicótico. Estaba realizando diversas actividades formativas, lúdicas, de ocio, deportivas, que o no eran de mi agrado o si lo eran, me estresaban porque no me sentía bien en ellas, lo que resultó clave para la inminente desestabilización. Estaba estresada porque no me sentía bien en ellas por el ambiente, el tipo de personas que me rodeaban en mi entorno, en fin, por múltiples motivos.

Me encontraba a una milésima de sentirme descompensada por delirios de grandeza. Me creía poderosa, que yo por mi cuenta podía resolver hechos penales sin poner una denuncia ni acudir a la policía para pedir auxilio, por aquello que podía ser o no real, para que aquella comprobara la verosimilitud de mis pensamientos, emociones y sentimientos, lo que afectaba a mi comportamiento de grandeza. Sin embargo, en una semana más o menos desde que empezaron estas ideas delirantes en que mi mente funcionaba de esta manera, con rumiaciones y pensamientos automáticos y un tanto intrépida, alteraba la realidad que me rodeaba y decidí que mi nombre de Pilar no me gustaba, que de ahora en adelante me llamaría Patricia. Pilar era un nombre muy feo para mí, y aunque yo sabía por mis conocimientos jurídicos que el cambio de nombre exige, entre otros requisitos, que para que se produzca el cambio de nombre es necesario, entre otros requisitos, que te lo llamen durante un tiempo más o menos determinado, esa era mi mente sana, mi trastorno y mi mente débil, ya me estaban jugando malas pasadas y decidí por mi cuenta que ya, desde ya, a efectos oficiales, me llamaba Patricia, curiosamente no cambié los apellidos. Estaba claro que mi subconsciente no me funcionaba bien del todo y que tampoco estaba capacitada para hacer una autoevaluación y un autoconocimiento de mi persona, que me habrían ayudado al menos a dudar sobre estas aseveraciones.

En uno de esos días, me encontraba tomando, como era mi rutina diaria, un café en la cafetería. Yo presumo de llevar bien la economía familiar y creo que la he llevado siempre bien, salvo en los episodios agudos, pero ese día me creí rica y poderosa además de eufórica y decidí tomar el almuerzo de menú en la cafetería.

A todas estas, yo no era consciente de que mi marido pudiera estar preocupado por mí, no nos habíamos hablado por teléfono en toda la mañana, lo que no era nada inhabitual, pero eran ya las cuatro y media y yo no daba señales de vida.

En esta cafetería se fue desencadenando el brote psicótico, miradas extrañas, personas malintencionadas, gente que me quería ayudar, personas que simplemente observaban lo que estaba ocurriendo y yo cada vez estaba peor, pensé que una caja de cartón que acababa de entrar en el bar contenía droga, en fin, mi mente empezó a delirar con ideas también de perjuicio junto con los de grandeza, pero lo cierto es que nadie se acercó a preguntarme cómo me encontraba.

Cuando tuve fuerzas, me disponía a salir de la cafetería y dirigirme a casa, vino en ese momento un grupo de personas, una de las cuales era mi marido, a quien reconocí sin ninguna duda, venía casi llorando, ahora entiendo que estaba también con un brote neurótico, porque la psicóloga así nos lo ha manifestado, que las personas o son psicóticas o son neuróticas y yo en ese momento era psicótica y me estaba extremando. Se acercó a mí una mujer de blanco, fuerte de complexión y preguntó, tras identificarse a través de mi marido, que cómo me llamaba y el DNI, y yo le dije el DNI de memoria y le dije que me llamaba Patricia, explicándole que mi nombre era PILAR pero que me parecía feo y que quería que me llamaran Patricia. Toda la gente del bar miraba expectante la situación, callados como mudos, y ella me dijo que tenía que acompañarle al hospital, y que afuera me estaba esperando una ambulancia. Yo no entendía por qué debía ir al hospital, pues mis pensamientos delirantes eran irreductibles a la crítica y me negué a ello, diciendo que me iba a comportar bien. A pesar de ello, dos miembros de la ambulancia, cogiéndome por la fuerza física, haciéndome daño en los brazos y exclamando que “esta ya no se nos escapa”, me metieron en la ambulancia. Yo tenía un temor atroz a que me llevaran a la cárcel, no al hospital, por algún delito que hubiera cometido, que obviamente no había cometido ninguno.

Fue evidente que los métodos empleados no fueron desde mi punto de vista los adecuados por falta de empatía conmigo, apenas hubo conversación conmigo, faltaron asertividad y habilidades sociales. Repito, yo solo sentía miedo, en ningún momento mostré agresividad ni hacia mí ni hacía los demás, solo hubo resistencia a montar en la ambulancia por los métodos empleados conmigo.

Cuando monté en la ambulancia la mujer de la bata blanca me dijo que era muy inteligente y que me recomendaba leer un libro titulado “Los renglones torcidos de Dios” que, por cierto, leí.

 

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.

 

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