Han transcurrido más de diecinueve años desde que se inició en mí un problema de salud mental. Ya en la primera exploración psicopatológica, destacaba la ambivalencia afectiva, es decir, la creencia irracional por ejemplo de que mi marido que estaba en la cama podía estar muerto y al mismo tiempo estar dormido plácidamente, risas inmotivadas, lo que a mi marido le hacía ponerse muy nervioso porque pensaba que estaba loca de remate, alteraciones del contenido del pensamiento como pobreza del habla, apenas musitaba palabras breves, sobre todo con monosílabos, pobreza del contenido del habla, no tenía conversaciones con nadie que pudiera tener un poco de profundidad, incoherencias constantes, ilegibilidad en aquello que escribía, bloqueos mentales, robos del pensamiento, es decir, pensar que la gente me leía mi mente, difusión del pensamiento, es decir, que yo podía con mi mente poderosa extender un pensamiento a la población mundial, etc., con ideación delirante de perjuicio, es decir, creencia irracional de que me iban a hacer daño tanto personas de mi entorno como de fuera de él, y de filiación, por ejemplo, creencia irracional de que mis padres no eran biológicos y que yo fui una niña adoptada.

Durante todo este tiempo, a excepción de estos últimos ocho años donde he permanecido estable y compensada, gracias, sobre todo, a la ya por fin medicación correcta, y a la terapia mensual realizada, he sufrido continuos altibajos como si estuviera en una montaña rusa que me zarandeaba de aquí para allá, con una pérdida total del control de mi vida. Esto me producía un profundo sufrimiento y un continuo bajo de estado de ánimo.

El primer brote psicótico, en mayo de 2002, nos pilló a todo mi entorno, y sobre todo a mí, de sorpresa y no supimos cómo reaccionar a tiempo para poder evitarlo con alguna medida como haber ido al psiquiatra tiempo antes y que me dieran una medicación antipsicótica que evitara el brote. Nadie se imaginaba en mi entorno que una persona brillante en su carrera judicial y en los estudios pudiera tener un trastorno mental y no nos preocupamos de adoptar medidas como, por ejemplo, también asegurar unas buenas habilidades sociales y sobre todo una buena autoestima constructiva que era por aquel entonces uno de mis talones de Aquiles.

Pilar Torres- testimonio

Tan perdidos estábamos en los primeros momentos de la enfermedad que estuve descompensada con ideas de perjuicio y de persecución casi una semana, con un gran sufrimiento sin que me viera un médico y sin tomar ningún tipo de medicación que me hiciera aterrizar y poner los pies en el suelo, dicho simbólicamente porque yo vivía en una realidad paralela. Cada día que pasaba desde el primer brote mi salud empeoraba exponencialmente, no dormía y apenas comía, y mi entorno lo achacaba al estrés del trabajo que como se vio después fue uno de los efectos desencadenantes del brote pero no la causa principal. Esta fue de tipo orgánica, resultó ser la dopamina, la segregaba como toda persona normal pero no la eliminaba y me tuvieron que dar una medicación para bajarla.

Días antes del 2 de mayo, todos veían efectivamente que estaba muy agitada, que estaba atemorizada cuando no había nada por lo que yo tuviera que temer, que apenas hablaba y que tenía cara de pánico cuando en la realidad objetiva, la verdadera, no la paralela, no estaba ocurriendo nada extraordinario, pero mi entorno no sabía en estos primeros momentos qué era lo que me estaba pasando exactamente. Yo solo tenía miedo, miedo y más miedo, terror en definitiva. Veía a gente que se reía, y hoy he comprendido que se reían de mí de forma malvada aunque no fueran conscientes de su comportamiento, porque no comprendían nada de la enfermedad que yo estaba teniendo. Lo he logrado perdonar, por mí sobre todo.

Por aquel entonces trabajaba en los juzgados de Reus, Tarragona, y al sentirme mal en el trabajo, comenzando a sentir ansiedad y ataques de pánico con agorafobia que anticiparon el brote de la semana después, decidí viajar yo sola a mi lugar de origen, Madrid. Todo era un complot, para mí judeo masónico, el que se cernía sobre mí y yo era la única víctima y por más que corriera para buscar refugio, me iban a alcanzar para causarme daño. Ideé personajes que me perseguían y otros que me auxiliaban sin ninguna lógica, siempre personas físicas desconocidas o conocidas haciendo con ellas malas interpretaciones de sus gestos y emociones.

Desde Madrid, mi marido, que viajó el día anterior al 2 de mayo del 2002 desde León, y yo, que me encontraba allí en la capital, volvimos a Tarragona pues debía acudir a mi trabajo. Así pensaba, no era consciente de mi enfermedad y pensaba que a pensar de lo que me estaba ocurriendo debía ir al trabajo. Por fin, ese mismo día mis padres y mi marido ya fueron conscientes de que necesitaba apoyo psiquiátrico y pude ingresar en la madrugada en el Hospital del Mar de Barcelona con un brote psicótico agudo tremendo. Era como ser la protagonista de una película de terror pero vivirlo como real.

Recuerdo todavía algo de esa noche del ingreso. Me negaba a entrar porque no veía que era un Hospital, sino un centro militar autoritario donde me iban a causar daño. Afortunadamente para mí, me sedaron y tras una semana sin dormir, al final descansé casi veinte horas seguidas. Fue todo muy traumático.

A partir de este momento, podía haberse quedado en algo aislado y no despertar nunca más o, desafortunadamente, repetirse sucesivamente, como me ocurrió, aunque estas siguientes veces las personas y yo estábamos más preparadas, ya con medidas preventivas, como llamar a la ambulancia y a la policía cuando me encontraba descompensada. A día de hoy no puedo afirmar si las siguientes veces que fui ingresada en psiquiatría, siempre por urgencias, lo fue por un brote o por una descompensación, pero sí sé que mi sensación fue menos traumática y con mucho menos sufrimiento.

En definitiva, desde entonces y hasta el día de hoy todo ha sido un ir y venir continuo a los médicos y psicólogos.

Al principio, los médicos no sabían acertar cuál iba a ser el diagnóstico y señalaban términos como “a estudio” o “a valorar”, y prefirieron centrarse en los síntomas que padecía tales como delirios de perjuicio, ataques de pánico e ideas autorreferenciales, por ejemplo, si pasaba por la terraza de una cafetería y oía decir a una persona “ésta se lo tiene muy creído, tiene los ojos verdes”, automáticamente, pensaba que se referían a mí por tener también los ojos verdes, cuando lo cierto es que esa persona ni me miró a la cara ni se fijó en mí.

El mío es un trastorno que en fase de descompensación genera un gran sufrimiento porque entonces vives en una realidad paralela construyendo tus propias percepciones a través de los sentidos con unas sensaciones irreales que no se ajustan a la percepción correcta de la auténtica realidad. Todos percibimos subjetivamente, desde diferentes puntos de vista pero sin salirnos de la realidad real, que es lo que yo también hago cuando estoy estable y compensada. Cuando la realidad paralela tiene su trama hablamos de auténtico delirio y es tan inverosímil que difícilmente se hace creíble. Entonces, es cuando te ves un ser muy vulnerable. Tú ves lo que cuentas, aunque en mi caso siempre con un margen de duda razonable.

Un momento básico para mí a la hora de ir sanando en este tipo de problemas de salud mental es aquel en que el paciente toma las riendas del problema, decide abordarlo con la cara de frente y pasa a tomar, sin miedo alguno, conciencia de su enfermedad, comenzando a hacer autocrítica de aquello que ha pensado, sentido, oído… Por ejemplo, si en Oviedo crees ver a tu madre dentro de un coche cuando reside en Madrid, la autocrítica sería algo así: “cómo va a estar aquí mi madre y no me ha llamado antes para avisarme de que iba a venir a Oviedo”.

A veces la autocrítica no se puede hacer en el mismo momento del delirio. En la mayoría de los casos no es grave, lo que importa es que lo retengas en la memoria y cuando estés en un lugar y momento adecuados, realices la autocrítica y se destruya la realidad paralela. Lo importante es que de una idea que es un grano de arena no se haga una bola de nieve en la mente de la persona, y en mi caso a veces sí se han hecho bolas de nieve con tramas complejas, tanto como para escribir una novela de ficción, y entiéndaseme en el sentido que lo quiero expresar.

Esto que parece fácil, no seguir avanzando en la idea delirante con pensamientos irracionales, a mí me ha costado un duro trabajo y una larga lucha de superación.

Tener sentido común es básico para la recuperación integral de la persona. A medida que ésta se va encontrando mejor, menos ausente, gracias a la terapia y/o farmacología. Se va razonando cada día que va pasando con más lógica y racionalidad y el entorno y el medio lo observa también de la misma manera. Todas las personas, salvo excepciones, con las que te cruzas por el camino de la vida te ven también mejor porque realmente estás mejor.

No obstante, no hay que bajar la guardia. En mi caso llevo ocho años sin ingresar en un centro hospitalario y adopto muchas medidas de protección y cuidado.

Cuando estuve en los primeros momentos de mi enfermedad apenas podía hacer más que vivir, realizar las funciones fisiológicas del organismo, como comer, dormir o beber. Ahora elaboro procesos mentales mucho más complejos. Escribo relatos y cuentos, estoy empezando con las investigación científica no jurídica y jurídica, concedo entrevistas, estudio la carrera de psicología de forma autodidacta, realizo diversos talleres de crecimiento personal, sin olvidarme del deporte y del ocio. Y, sobre todo, tengo un entorno favorable que me he sabido construir con el que interactúo de manera gratificante.

Hoy puedo decir que soy una persona feliz. Sé que tengo un trastorno crónico de tipo orgánico pero sé vivir con él cada día y no tengo miedo de él. Cada día soy más autónoma en todas las facetas de la vida.

En estos momentos, cuando mis padres empiezan a ser mayores y un grupo vulnerable como yo, trato de ayudar a su bienestar aportando ideas ante las dificultades que se presentan en el día a día.

La suspicacia inicial de los primeros momentos de la enfermedad ha ido dando paso con el tiempo a una visión humanista del mundo donde reina en mí la confianza pero teniendo los pies en la tierra y sin desconocer que existen emociones como la envidia o los celos y que como me dijo un psiquiatra, hay gente buena y hay gente mala, lo importante es saber lidiar con unas y con otras.

 

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias, comparte su historia personal y analiza los problemas de salud mental que ha enfrentado durante años.

 

Lee aquí la segunda parte del testimonio.