Hasta hace relativamente poco tiempo tuve una mente bastante rígida, poco flexible, que no me permitía entender y detectar las bromas ajenas, salvo las escasas que yo realizara. Este problema no me resultaba baladí en las relaciones interpersonales, pues interpretaba la realidad de forma desenfocada y veía, oía y sentía cosas que no eran reales, al estar limitada por esta circunstancia que, por otro lado, también se relacionaba con una inadecuada percepción de la realidad.

Con una broma puse los pies en un taller de manualidades de mi barrio. Al llegar al local estaba la dueña atendiendo con una bonita sonrisa a otra cliente y yo me acerqué a ellas para observar lo que hacían pues me interesaba ver cómo funcionaba ese negocio donde quería apuntarme.

Testimonio en primera persona de Pilar Torres-5

En ese momento, la cliente, señalando con un dedo a la profesora me dijo a bocajarro “es Dios”. Yo no sabía si reír o llorar. Mis creencias eran agnósticas y de religiones no entendía demasiado, pero, por aquel entonces, mi mente era débil por tener un problema de salud mental, un trastorno delirante, y conjugando aquella frase me hizo dudar por unos instantes si realmente estaba en presencia de Dios, (qué horror). En ese momento no tuve la capacidad ni la inteligencia de ver que se trataba de una broma, que lo que me quería decir esta cliente, que se apercibe que venía a inscribirse por primera vez, era demostrarme que estaba en las mejores manos.

Durante mucho tiempo esa frase se ha incrustado en mi mente como un parásito hace con el hospedador y consigue que no avance mentalmente porque sigue con ese lastre hasta que, en mi caso, al escribirlo, suelta el lastre, y logra superarlo.

Además, gracias a la autocrítica, de momento, me hizo pensar que a Dios nadie lo ve, y tras quedarme a solas con la dueña del taller hablamos del contenido y precio de las clases. Nos caímos bien mutuamente.

A lo largo de los años que estuve allí me dijo en una ocasión que no sería buena en manualidades porque era nerviosa y en manualidades había que tener mucha paciencia.  Es verdad que mi carácter es nervioso, pero con el tiempo fui ganando paciencia y mejorando mis trabajos. Siempre le estaré agradecida por aquella apreciación que también me ha servido para el discurrir de la vida.

Lo negativo fue que, al llegar, yo era la última y notaba un trato de favor hacia las demás compañeras, pero traté de entenderlo con una buena dosis de empatía.

Lo que hacía que a esa profesora le funcionara el negocio tan bien era que las clientes iban a hacer manualidades allí, pero sobre todo iban a hablar, a chismorrear, a cotillear si se terciaba, en definitiva, a pasar un rato agradable. Yo siempre fui a lo mismo y para no sentirme desplazada de vez en cuando metía algo de baza. Me encantaban los trabajos que allí se realizaban, había mucho de todo y mucha variedad desde papel de plata y de oro, acuarelas, arenas, tinta china, pincel seco… Además, mi mente intelectual agradecería mucho que le dedicara un tiempo también al trabajo con las manos.

Además, la señora entendía muy bien aquello que enseñaba. Hacía fácil lo difícil. A mí me subía la autoestima cada vez que terminaba un trabajo porque siempre quedaba muy bonito, unas veces sin ayuda y otras veces con ayuda de la profesora que lo terminaba y remataba ella personalmente si observaba que no éramos capaces las alumnas.

Recuerdo a una compañera de mi edad, joven, a quien la diagnosticaron ELA, muy rápido le avanzó la enfermedad y en poco tiempo murió. Cuando ya estaba muy malita, vino el marido a recoger los enseres de manualidades a la tienda. Fue una gran pena.

También me acuerdo de María Soledad, una pobre madre cuyo hijo se había suicidado por acoso escolar. Sufría una profunda depresión. Era una mujer adorable.

También rememoro en mi conciencia la vida de una enfermera, soltera, malhumorada y seca, a punto de jubilarse y que siempre decía que no había que tomar leche de vaca porque era insana, sino de almendra o avena. Nadie le hacía caso y ella se encolerizaba más.

Fueron años de mucha creatividad, donde mejoré la atención, la memoria y la concentración, pero a la par había días que acudía al taller con problemas delirantes externos a las clases y armaba allí unas tramas rocambolescas.

Recuerdo una de ellas. La enfermera estaba interesada en la herencia de Carmen, la profesora, porque la iba a cuidar de mayor, y esta preguntaba en voz alta “¿y el legado?”. Es, a día de hoy, que aún no sé a qué se refería con esa frase, e incluso dudo si realmente la dijera y no fuera una alucinación auditiva mía. Ante esta frase real o imaginaria, se inició en mi mente alterada un pensamiento consistente en creer a ciencia cierta que esa profesora era la única hija de Joan Miró, pues en el taller se reproducían cosas de este artista, y que este la había dejado a ella como legado la fundación que tiene en Barcelona.

Carmen acudía a Barcelona una vez a la semana a recibir clases para el taller porque estuvo viviendo en Cataluña más de treinta años. Esto sí que era real.

A la vez que preguntaba a Carmen por el legado, también le decía “¿este fin de semana te irás al pueblo a cuidar de tu anciana madre?”, y ella, con su sonrisa, me decía: “claro, Pilar”. Aquí mi mente funcionaba de forma no psicótica. Estaba sana.

La trama solo estaba en mi cabeza y tan solo cuando yo hablaba del legado con monosílabos, normalmente sin apercibirme que no había nada de nada, o como mucho que era una broma o una prueba de realidad que me estaban haciendo en el taller, era cuando todas las compañeras se daban cuenta de mi vulnerabilidad, pero nadie me decía que, si me encontraba bien, me trataban como una persona normal. Yo también sabía que Carmen tenía una hija única y que ella sería la heredera universal, pero ¿y si quería dejar un legado de su enorme herencia a otra persona que ella estaba eligiendo? ¿Estaba todo en mi cabeza? A día de hoy, no sé lo que ocurrió, solo sé que yo no fui la afortunada pues dije en voz alta que no quería el legado, pero allí nadie se reía de lo estúpido y absurdo de lo que podía ser esa frase mía.

Sí, era cierto que con este tema yo deliraba, pero no lo suficiente para descompensarme. Emocionalmente no estaba tampoco demasiado desequilibrada. Cuando salía de clase, me olvidaba de todo lo ocurrido allí y no lo expandía a mi entorno de amigos, familiares, compañeros, etc., aunque seguiría en mi cabeza con gran sufrimiento. Esta trama estaba encapsulada y por eso no tuve ningún ingreso hospitalario. Cada vez que iba al psiquiatra me escribía que tenía delirios de perjuicio, persecutorios y autorreferenciales, pero me dejaba en tratamiento ambulatorio. Iba a consulta cada 15 días y seguí también psicoterapia.

Al cabo de un mes aproximadamente desapareció en mi cabeza la trama de Joan Miró. Y hoy cuando veo un cuadro de este artista no siento ninguna perturbación mental.

Pero comenzó otra trama. Por mis conocimientos jurídicos, me propuse a buscar a psicópatas sin ayuda de la policía sin previa denuncia de nadie, con fuertes delirios de grandeza. Me acuerdo, como causa inicial de la trama, de un hecho real. Una profesora psicóloga que me llevó un día en coche a casa me dijo: “estoy buscando psicópatas”, porque se quería dedicar a la psicología clínica.

Esa frase hizo iniciar mi trama y cuando iba al taller de manualidades, alterando la realidad, mirando hacia la pared, musitaba los presuntos rasgos de un psicópata, que previamente me había documentado, como si por hacer eso ya hubiera cogido de la calle y la policía hubiera detenido a uno de ellos.

Ese cuchicheo lo oían las demás alumnas y la profesora y no se reían en absoluto, incluso tenían miedo y me atrevo a decir que alguna me llegó hasta a creer.

Esta trama se hizo realmente delirante cuando seguí haciendo una bola más grande a la madeja y pensé que los psicópatas iban a por la gente psicótica y que yo debía defenderme y que lo podía hacer sola, sin pedir ayuda de nadie. Hoy, estable y compensada, creo firmemente que nada más lejos de la realidad.

Ahora, ya jubilada la profesora Carmen, pude percibir que aquellas compañeras pudieron comprender mis limitaciones, que todas teníamos nuestros problemas allí, que era una terapia para todas y que había un gran compañerismo.

Cuando veo a alguna compañera por la calle echamos de menos el taller de manualidades y cuando me encuentro con Carmen, con su perpetua sonrisa me dice “te veo muy bien”.

 

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.

 

Otras entradas de Pilar Torres: