testimonio de pilar torres VIHay veces en que te preguntas cómo personas desconocidas e incluso conocidas pueden saber cosas de tu vida privada más o menos íntima. Una psicóloga me dijo que esa sensación de que saben de ti pero tú no de ellos era muy molesta. Y otra psicóloga me dijo que podrán saber algún aspecto de tu vida, pero no toda ella.

Estaba saliendo de una cafetería y oí hablar al camarero con tres muchachos del barrio sobre la guerra de Ucrania. A uno le conocía de vista, pero jamás había cruzado palabra alguna con él. Al mismo tiempo uno de ellos dijo en voz alta, “jo, a Pili le pegó un delirio en Cataluña”; la gente en Asturias suele ser cercana y aunque no te conozcan de nada cuando hablan de ti te llaman por tu nombre como si fueras su más íntimo amigo. El camarero le respondió “sí pero ahora está ya estable”. Pues bien, al no fallarme la percepción pude observar que ni se dieron cuenta de mi presencia, y que lo que estaba pasando es que oyeron de diferentes fuentes esta historia de Cataluña y la contaban, y que no había maldad en su intercambio de opiniones, tal vez un poco cotilleo.

Yo tengo problemas de salud mental, en concreto un trastorno delirante del que estoy estable, compensada y equilibrada emocionalmente desde hace 8 o 9 años. Días antes de este acontecimiento yo había publicado en internet mi experiencia vital delirante en Cataluña en el año 2002 y pensé que seguramente se estaban refiriendo a mí, porque no solo conocían de mí que estuve en Cataluña sino más cosas que publiqué en internet.

Fue causalidad y pura coincidencia que yo saliera del bar en el mismo momento que ellos hablaban sobre mi artículo en internet. Lo más probable es que si hubieran sido conscientes de que fui yo la del artículo y se hubieran percatado de mi presencia no me hubieran dicho nada, pero por hacer algo de broma, les pillé con las manos en la masa.

También me planteo si realmente somos libres en esta sociedad por otros motivos. Es evidente que no, nos apuran las cuentas de resultados de las empresas, los compromisos sociales, las metas inalcanzables que nos proponemos, la falta de trabajo, la precariedad económica… Pero otras veces es la actuación de una persona, o grupo de personas, la que se inmiscuye en tu vida y con una buena o mala fe hace que pierdas el control de tu vida. Pondré un ejemplo, dejando de lado al Derecho penal.

Algo así me pasó cuando frecuentaba un taller de manualidades. Estaba bastante satisfecha con la profesora y no tanto con el ambiente que había allí. Alteraba la realidad y cada personaje tenía una trama delirante distinta, que en parte era cierta y en parte falsa. Yo seguía yendo porque mejoraba las funciones cognitivas como la memoria, la atención y la concentración. Por aquella época iba con regularidad a Madrid, donde tengo a mi familia, y yo soy de allí, y yo contaba a mis padres cual era mi vida en Oviedo con absoluta inocencia y nobleza. Entre otras cosas, a mi madre, porque me lo preguntaba cómo haciéndose que no le interesaba la cosa pero que en el fondo sí le interesaba y mucho, le relaté, qué me ocurría en el taller de manualidades y que en el gimnasio tenía problemas con un chaval con el que siempre estaba en tensión y que tenía miedo de que algún día llegáramos a más. Además, yo pensaba que era un donjuán y eso me enervaba aún más.

Ante estas declaraciones, mi madre, que ya sufría un trastorno de la personalidad antisocial, sin diagnosticar y sin tratamiento, me quiso hacer, fruto de su trastorno y de su carácter de víctima vulnerable, una broma para solucionar los dos problemas que tenía y llamó a la profesora por teléfono y le contó todo lo que yo le había contado. Nunca le conté, afortunadamente, que mis compañeras estaban mal, porque la que estaba mal era yo, y otra que decía que tenía depresión y se la veía muy buena persona. Cambió, la debió hablar del chaval del gimnasio.

Un día, yendo de campo, un coche conducido por ese chico y copilotado por la profesora nos adelantó y se paró en la cuneta, yo los vi, pero quede tan anonada que no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Mi marido y yo seguimos la marcha y no pasó nada de importancia. Mi psicóloga dice que no tengo paranoias, y es cierto, eran estas dos personas.

En una de las clases de manualidades, el marido de la profesora me dijo: “tú sí que sabes de donjuanes”, automáticamente se me vino la figura de ese chico, pues mi marido no lo fue nunca, siempre me fue fiel, incluso siendo yo poli enamorada. Alteré esta frase, dicha también a bocajarro, y pensé que el marido de la profesora era policía y que había hecho pesquisas para averiguarlo, cuando no era cierto, el chico del gimnasio cambiaba de parejas cada dos por tres.

Al cabo de un par de meses, llegando al alto de Pajares en dirección a Madrid, nos encontramos en sentido contrario con ese chico conduciendo y a la profesora. De no haber estado estable en esos momentos hubiera tenido delirios de persecución y de perjuicio, pero pensé: “son ellos, es real, y no me voy a plantear qué hacen aquí, por qué me los he cruzado”.

Posiblemente todo se trató de una broma de mi madre, con una mezcla de engaño y de trampa que empezó con mi madre y que luego se fue liando y, afortunadamente para mí, no hubo descompensación.

Ayer entré en la biblioteca de barrio y la bibliotecaria, nada más verme, me dijo en tono muy enfadado “como me vuelva a llamar tu madre…”, me lo dijo a bocajarro y yo tampoco supe qué contestar porque no sabía por dónde venía la frase. Para conocer realmente lo ocurrido pedía ayuda a mi novio, que se plantó en la biblioteca cuando yo me fui al centro social a leer porque había obras en la biblioteca, y la bibliotecaria le dijo que había llamado mi madre, le dijo que si el bibliotecario quería meterme mano y que si yo le había provocado. Era lógico el enfado de la bibliotecaria, le pidió disculpas mi novio y todo quedó aclarado.

Hace un mes, cuando iba por mi calle, la farmacéutica, que iba con su marido, también a bocajarro me dijo “tu madre es buena o mala, porque no me queda claro”, estaba muy enfadada. Yo no contesté porque tampoco sabía de dónde me venía el tema.

Seguidamente, me desplacé a Madrid y, observando a mi madre, vi que se dijo a sí misma “en qué hora llamé a la farmacéutica”. Al volver a Oviedo, en una cafetería, la farmacéutica, me dijo “no sabía que tu madre tenía un trastorno mental”.

Esta actuación de mi madre, aunque me duele, no hacen que la odie ni la tenga rencor, sé que es una buena persona, pero que es una víctima vulnerable como yo y con trastorno de la personalidad.

Recuerdo que al entrar un día en una cafetería una mujer policía le dijo al compañero “tú deliras”. Yo que tengo un problema de salud mental relacionado con los delirios, me puse en tensión y afortunadamente no me falló la percepción y me di cuenta de que la policía no se refería a mí.

Ese día me encaminaba a la sesión de psicoterapia y le relaté a mi psicóloga lo que había visto y oído y ella, con un tono entre alegre, seguro y de preocupación, me dijo “esa frase, la de ‘tu deliras’, la dice mucha gente”.

Pues vaya incultura, pensé, y gente intrépida, hablar con tanta frivolidad de un tema tan serio. Soy consciente que los medios de comunicación y las redes sociales hacen de las suyas al respecto, alarmando a la gente, pero no hay que tomarse la cosa a broma, desde mi humilde punto de vista, en este tema tan delicado.

Pues bien, algo parecido me volvió a ocurrir hace un par de días. Llamé por teléfono a un centro de belleza para pedir cita y al cogerme el teléfono la chica, aunque reconoció mi voz porque era cliente habitual, se hizo la sueca hasta que yo le dije que si no me conocía, y me dijo que sí, y al momento dijo “a ver si vas a delirar”. Después de colgar, yo me pregunté cómo sabe que tengo un problema de salud mental. De nuevo fue mi novio a preguntar por la cuestión. Y ella le dijo que lo comentó “al azar”. Increíble.

Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.

 

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