En los setenta había manicomios
En la película ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ no observamos un hospital de salud mental al uso, sino, más bien, un almacén donde se esconde todo aquello que la sociedad no tolera. Salvo en el caso de Randle McMurphy (Jack Nicholson), que sufre estrés postraumático por los efectos secundarios de la Guerra de Corea, no sabemos si los pacientes sufren esquizofrenia, depresión, ansiedad, trastornos del sueño…
Estamos, más bien, ante un manicomio, donde la mayoría de los internos están atrapados y sin salida. Es una cárcel, peor que Alcatraz, porque aquí se experimenta con los pacientes. Se les aplica electrochoques para dejarlos completamente sedados. Muchos llegan a perder su identidad. Experimento tras experimento, van perdiendo la razón. Palidecen y sufren hasta convertirse en muertos vivientes. Pero una vez fueron seres humanos, con emociones y sueños por cumplir. Pero la sociedad les enterró. La sociedad es consciente de la existencia de estos manicomios, pero apuesta por ignorar lo que sucede dentro de estas instituciones. Me ha recordado un poco a la Alemania nazi. Pocos lucharon en contra de la existencia de campos de concentración. Porque, dentro, estaban los enemigos de la raza aria, y porque estaban sometidos al yugo nazi y a su gran líder, Adolf Hitler.
La sociedad nos obliga a seguir un comportamiento con arreglo a una supuesta moral que nos permite vivir como seres civilizados. Sin embargo, escapar de estas pautas de comportamiento es el camino a la libertad que escoge Randle. Que la mayoría se comporte de una determinada manera no quiere decir que esa es la única posible. Ni siquiera tiene por qué ser la correcta. En el manicomio que dibuja el director Milos Forman hay unas personas que han sido encarceladas en una institución por su aspecto físico, pero, sobre todo, por seguir su instinto sin arreglo a las posturas «morales» de la época. Estamos ante el relato de una sociedad excluyente, intolerante y miedosa. Y el resultado está dentro de estas supuestas instituciones mentales.
Randle McMurphy no piensa rendirse ante la inflexible disciplina del centro, personificado en la enfermera Ratched (Louise Fletcher). Ratched es la encargada de mantener un orden estricto, que acabará convirtiéndose en el caos más absoluto. Ratched tiene un gran poder. Somete a los pacientes a los moldes y convencionalidades de la sociedad de los años setenta. Deben sentirse afligidos. Deben ser presos de su dolor emocional. Ratched es el mismísimo Lucifer. Randle McMurphy rompe sus esquemas porque es un alma libre, que no le tiene miedo a su condición de recluso en el manicomio. McMurphy logra fugarse con los internos para que disfruten de la vida que está fuera de esa infame, pero muy real, institución mental. También les consigue alcohol y les da derecho a disfrutar de su sexualidad. Poco a poco, los internos recuperan su humanidad. Su derecho a decir ‘no’. Son seres humanos portadores de una identidad única e inigualable. Al fin y al cabo, Randle McMurphy les devuelve su identidad y su derecho a la vida.
Sin embargo, y como suele ocurrir, las instituciones ganan. Las instituciones y la injusticia cosifican y alinean a los individuos. Los ciudadanos creen tener poder sobre ellas. Pero eso sería vivir en ‘Matrix’. Las personas que supuestamente se encargan de nuestro bienestar, a través de las instituciones, actúan bajo el yugo del poder absoluto. Porque no pueden ser castigadas. En los momentos en que actúan mal, a sabiendas, aplican el silencio administrativo.
En ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, los administradores y jefes de la institución mental deciden acabar con el caos que desata Randle McMurphy. La solución es aplicarle a McMurphy terapias electroconvulsivas. Lo hacen hasta desposeerle de esa libertad tan humana y natural, que hizo que, un día, las cosas fueran diferentes y mejores.
Por el camino se suicida el paciente más joven, Billy. Billy es un chaval tímido. Logra disfrutar del sexo por primera vez, gracias a McMurphy. Éste último introduce a dos mujeres en el centro. Tras su primer y único encuentro sexual, Ratched le convence de que va a avisar a su madre. Por algún motivo que desconocemos, Billy, teme a su madre, más que nada en el mundo.
El mejor amigo de Randle no puede aceptar su «muerte emocional». Así que acaba provocándole una especie de suicidio asistido. Randle no siente, ni padece. No sufre al morir.
Por cierto, no todo ha cambiado en el mundo de la salud mental. Escribiré sobre ello en el siguiente episodio. Prometo dejaros boquiabiertos. Por ahora, os dejo ‘atrapados y sin salida’.
Iñaki Abárzuza Carrascosa