ETIQUETAS
A falta de una conciencia social en positivo sobre esa realidad que es la salud mental perduran en el ambiente viejos mitos y prejuicios que no hacen sino provocar un rechazo.
En este entorno, las etiquetas suponen la negación de la individualidad. Con esta imagen difusa, las personas con un problema de salud mental somos un grupo que comparte similares características, que en lo peor suelen ser negativas.
Aquí, habría que aclarar que cada persona somos depositarios de un universo de emociones y experiencias que nos hacen únicos. Entendemos los sentimientos de una manera, y reaccionamos en proporción a nuestras necesidades.
Las etiquetas están asociadas a un determinado diagnóstico, pero cabe recordar que estos diagnósticos no son una razón matemática, son herramientas de la psiquiatría para introducir una pauta de recuperación. Los síntomas responden a nuestra intimidad y, más allá de compartir un diagnóstico, somos personas merecedoras de los mismos derechos de inclusión que los demás.
Nuestro colectivo es complejo y la simplicidad de las etiquetas no ayuda en nada. La complejidad exige una explicación. Lamentablemente, no todas las personas hemos tenido herramientas para recuperarnos y empoderarnos; muchas las están buscando; muchas no saben ni que pueden recuperarse; y en una realidad que estremece los sentidos, otras no pudieron con el sufrimiento y acabaron con su vida.
Por otra parte, es injusto que un mal enfoque te atribuya rasgos que no te corresponden, o que ya dejaste atrás.
Además, las etiquetas impiden nuestra proyección social, condición fundamental para una recuperación en plenitud.
Realmente es injusto. Todos hemos trabajado a fondo para tener una identidad, compatible con el mundo que nos observa; y ahora nos vemos señalados, sin que haya una conciencia que agradezca nuestras habilidades y sí se fije en nuestras limitaciones.
Queremos que se nos valore por nuestros esfuerzos, nuestras facultades, y nuestras capacidades.
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