Una mano dibuja un esquema. De un recuadro central salen flechas en todas direcciones.

EL PAD: UN ESPACIO SIMBÓLICO

Como toda unidad de conocimiento, el plan anticipado de decisiones (PAD) tiene una teoría y una práctica.

No parece haber dudas en la definición de PAD, un espacio deliberativo, o estrategia, entre el profesional y el usuario de la salud mental en período de plenitud, a fin de preservar la voluntad de este último cuando su capacidad de decisión se encuentre alterada.

Este artificio puede tildarse de buena práctica clínica, ya que trata de prolongar el principio general de consentimiento informado aún en crisis.

Buena práctica también porque se alinea con el modelo de participación del usuario, en el convencimiento de que el PAD mejora la psicoeducación, supone un beneficio terapéutico, y enaltece el pronóstico de recuperación.

Esto último es así ya que, al promoverse un estado de conciencia colectiva en el entorno del afectado, podrá actuarse sobre señales de alarma y no sobre crisis, y evitándose así episodios más graves e incluso ingresos nunca deseados.

En definitiva, el PAD contribuye a que la persona sea participante de su proyecto de vida, en el que el malestar psíquico es un evento importante. Además, está acorde con el espíritu de la Ley General, al respetar y animar la autonomía.

Es el PAD una alianza terapéutica entre dos partes que comparten el mismo objetivo: la recuperación. Pero, ¿qué grado de vinculación tiene el profesional de la salud mental ante un deseo de planificar tus decisiones?

El desafío ético del profesional es claro: o avanzar en los principios de no maleficiencia, justicia, beneficio y autonomía, o escabullirse en una política de mínimos a sabiendas de que la definición de estos conceptos es relativa.

Enlazamos así las dos grandes claves: ¿cómo socializamos esta nueva y liberadora realidad?

Parecen claros los campos de actuación: habrá que avanzar en la implementación de acciones pedagógicas entre profesionales y usuarios de la salud mental; buscar el compromiso de las administraciones; incluir el PAD en los indicadores de calidad y reconocimiento; incentivar iniciativas de aplicación práctica que nos permitan evaluar sobre beneficios y riesgos. Y hacer propuestas para avanzar en los objetivos de participación a los tres niveles: políticas públicas, estrategias de las organizaciones y gestión clínica.

Cerramos estas razones con invitación a la reflexión: el PAD es un espacio simbólico que las personas con problema de salud mental estamos dispuestas a cultivar, ¿os imagináis el día en que un profesional de la salud mental nos haga el ofrecimiento de realizar un PAD? Algo grande habrá ocurrido.

Notas al pie: “No hay que confundir el PAD con el Documento de Voluntades Anticipadas, que es un instrumento con otra categoría jurídica”.

“La competencia se presupone; la no competencia se ha de probar.”

“Las herramientas para evaluar la competencia son orientativas, no decisivas”.

Para la aplicación práctica, el Sistema de Salud Andaluz tiene un formulario que os abrirá los ojos en cuanto a las categorías a decidir.

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