Eran días agradables para mí a pesar de todo (Luis Martín~Santos, Tiempo de silencio)
Hasta mañana, le dice la muchacha; espera, no te vayas, y no me vuelvo, aunque imagino que el chico la espera con otra retahíla de besos. Pero ¿y si no pasara nada? Anduvimos esa noche tú y yo, solos, y te la presenté. Hacía frío, pero ya me había dicho aquella madre al sacar a sus niños al recreo vespertino, que tenía miedo. ¿De qué? Las ocho de la tarde, a últimos de febrero, plena oscuridad, y los niños que juegan detrás de los arbustos: No os veo; estamos aquí, mamá. Espero que no le pase nada a esa niña que intenta subir el tobogán por el lado del revés. Quizá en nuestras metas del siglo XXI, ella sepa que no tienen por qué cambiar tanto las cosas —la niña. Hola papi, mira lo que hago; y de momento es tarde y hay pronóstico de que nieve.
Están afuera los coches, y los municipales no sé a quién andan buscando, así que guárdate la marihuana para otro momento. Entré en la confitería y cuando compré las pajitas saladas, la dependienta me dijo adiós como si me fuera del pueblo, de la región, del país, y yo nunca había estado en Estados Unidos. Me presenté a las 3 de la mañana en el Washington Jefferson Hotel, en Park Avenue, una película de 1996, americana, en donde dos amantes habían quedado para hacer el amor. Te digo que te la presento yo, y las pajitas saladas saben a olas, como si estuviera en la playa de Málaga comiendo espetos. Qué buen hotel para firmar el contrato de un libro ¿verdad? O una película, dijo el del último cigarrillo. No voy a fumar más, y con lo que ahorre me compro una eléctrica y hago el disco. Es verdad, los poemas son especialmente musicables, por eso, ella, a medida que se acerca a la pensión, sabe que va a encontrar en la escuela a niños difíciles. Soy profesora de celosías, sus cabezas no están bien por lo que ando a tientas como todo el mundo cuando la luz se apaga. Preparar la primera clase para madres desestructuradas, eso es lo que va a encontrar el primer día en su próximo trabajo. Él era el Trabajador social del Centro de acogida; su mujer asumió que ahí no podían crecer los niños, y por eso jugaban en el parque junto a su soledad. Hay tantos momentos en la vida como desamparos, por ejemplo, echa de menos a sus hijos cuando ve a un bebé de color que toma el pecho de su madre. Quizá no esté dispuesto a envejecer solo, entonces ¿cómo le dice a este grupo de chicas que vienen de otros países que la vida es bella?
Una de esas conversaciones que tiene una pareja que se ha querido mucho:
—Podemos seguir encontrando en los niños nuestra esperanza.
La conversación no sigue porque no solo ella ha necesitado estar sola, ya no siente ese hormigueo por un chico que conoció en la facultad, y es verdad que el hecho de que ella no encuentre trabajo también es un condicionante. Todos son condicionantes, como cuando llegó a casa hace dos meses y era la primera vez en 9 años de relación que él se había acordado de su cumpleaños. Velas en la mesa, y había hecho su cena favorita. Los dos niños en el piso de arriba, con los niños de una vecina, y ella que le dice:
—No podemos seguir así, tenemos que dejarlo.
Y a él lo único que se le ocurrió es encontrar esperanza en los niños…
—Creí que te alegrabas de que hubiera encontrado trabajo.
No se atrevió a decirle que habían perdido el amor.
Aparece la muchacha el primer día y huele el olor del miedo, la desestructuración, la pesadumbre, y el olor físico del hacinamiento. Aparece en su despacho, en el de él, y encaja en esa sensación de que lo único que importa en esta vida es encajar y él, con su mujer, hacía tiempo que no lo hacía. Se miraron aun siendo extraños, y ella eligió su mente para elaborar una conversación, y él el sexo de quien estaba muy necesitado. Todo pasó en su interior equivocadamente; este es su horario, y ella que sale con ganas, y él la ve cerrar la puerta con una inutilidad desmedida, porque cree que es inmensamente desdichado el hecho de que no va a ser capaz de hacer nada con esa prole.
En el interior, muy dentro de sí misma había una oscuridad desmedida, cerrada, atormentada que él no había sido capaz de descubrir. Él echaba de menos a su mujer, pero siempre veía en otras mujeres algo que le podían aportar, y en el envejecimiento de su noche descubrió la literatura de un suceso. Por otro lado, ella, al pasar por el entramado de ritos que hacían los inmigrantes en Ceuta, derritió las preguntas que se harían y la clase iría normal. ¿De qué puede tratar una clase de alguien como ella? Fíjense en el ir y venir de preguntas en diferentes idiomas, y ella, filóloga del desamparo, que intenta traducir. A fe de esgrimir una ruta por el aguacero, ¿por dónde viene una patera? ¿Qué camino sigue? ¿Levanta el vuelo? Los muertos son innumerables, temerosos, silenciosos; digo temerosos porque no se puede, a veces, pasear por la playa; digo silenciosos, como una especie de respeto a una esperanza quebrada: no van a mejorar cada una de sus vidas.
El jefe le ha pedido tantas veces su sinceridad, su lealtad, y ella vierte en él todo lo que ha comprendido, lo único que ocupa el ritmo de su vida, y él que desafía su trabajo encomendándole más trabajo. ¿Están más cerca el uno del otro? La inmensa oscuridad de su esperanza contrasta con los vestidos coloridos que viste ella. Eso le alegra. Nadie sabe si ha pensado decirle algo, cree en algún sentido de esta chica, lo más normal, porque la última comedia que había visto en el cine había terminado en amor, leyes de una revolución del corazón, y él lo tiene tan desatendido. La meritoria potestad que le otorga ser un director de sección, mientras imagina cómo lo organizaría todo ella.
Asumamos la fuerza de la razón cuando el día acaba y cada uno de los dos regresa a sus respectivos hogares. Hay un incendio, un deleite en el silencio de una casa que ya no la gobiernan los niños, y a la vez una tristeza. Él se siente tan envejecido. El estado paranormal de una chica que lleva solo una semana en Ceuta, donde imita la mirada de los mensajes en el espejo, aquello que se le viene a la mente en ese instante; puede que entendiendo muchas cosas sepa marcar una ruta: él, en su casa, piensa que la muchacha lo ha comprendido todo entre los inmigrantes. Se ha hecho con la situación en tan poco tiempo. Nadie busca una excelencia en la tristeza, estamos tristes y ya está, así que ¿cómo investigar respuestas? Al mínimo encuentro con el dolor el hombre se abate, requiere una preparación, un axioma de lo que ocurre. Aceptar ha perdido todo su significado, reconocer que no podemos entenderlo todo… quien acepta ha encontrado una especie de fe.
—No sé si después de ver todo esto puede usted creer en algo —le dice él un lunes, un mes después, cuando han encontrado el uno en el otro una especie de consuelo.
Es normal que ella se evada cuando regresa a casa. Lo que él no ve normal es que no tiene mucha palabrería con ella. Habla poco y trabaja mucho. Labios que asoman cuando echa la calada a un pitillo en el patio. Asumiendo que un niño inmigrante se le acerca y le pide uno, y ella mira para uno y otro lado, no hay nadie más y se lo da.
—Con esto alguien me puede dar una manzana a cambio —le dice el muchacho mientras ella le pasa la mano tenue por el pelo de la cabeza.
Algunos miran lo mal que están las cosas en esta vida. Ella habla de la esperanza, del quehacer diario para introducir una meta en la vida, acaso un deleite cuando todo ha terminado en algún instante, porque, si nos miramos a nosotros mismos nos perdonamos menos. Este es nuestro azar, nuestra pérdida, nuestro abandono.
¿Sabe algo de la gente que primero pasa por la oficina de él para dar sus datos? ¿Imagina su historia o se la pregunta? En clase hace una especie de dinámica: Hoy vamos a hacer una composición de lugar, a ver Sharif (Estaba bastante solo en la oscuridad del mar, aunque iban muchos conmigo. Deletreaba las estrellas para perder el miedo, y en esa alegría fue normal que mi vida estuviera con mis hijos en el desierto. Decía, hasta pronto, porque creía que iba a morir, sin embargo, la patera llegó y aquí estoy.)
—¿Y qué hacías en el desierto?
—Era pastor.
Había dicho algo, y a la vez lo había dicho todo. Esa era la vida. Asumir un invierno en Ceuta y llamar al centro de Tánger donde tenía familia. Si pudiera deducir lo que pensaba él desde su despacho, y parecía que no se interesaba por lo que hacían los trabajadores que tenía a su cargo, e inmediatamente regresó la duda, ¿cuántos hermanos tienes, Sharif? Ya ninguno, murió en el mar. Para Sharif ella pertenecía a la estirpe de él, era de los que más llevaban en el Centro. Pero ella no sabía cómo decirles que no tenía nada que ver con él. ¿Puede surgir el amor entre un hombre que ha dejado a su familia en el desierto, y una mujer que intenta que olvide el mal trago? Con frecuencia aparecen preguntas de esperanza, almacenadas en soluciones que se han olvidado. La luz es así, el mejor regalo es así, cuando atardece en el mar Mediterráneo empieza un hechizo, la locura. Desde la ventana de la clase, mientras prepara sus cosas para ir a casa, ve la oscuridad del sol durmiente, lo entiende como algo que le dice que ha merecido la pena venir hasta aquí.