Una mujer vulnerable y extremadamente sensible.
Clara era de esas personas en las que, al hablar con ellas, percibes que existe una gran vida interior. De esas cuya mirada es capaz te sondearte y adivinar que no estás en tu mejor momento. Perfeccionista también y demasiado crítica consigo misma. Desde hace ya algún tiempo, no había mañana en que, al despertar, no se cuestionase absolutamente todo: cuál era su lugar en el mundo; si había elegido la profesión adecuada, si estaba viviendo en el lugar apropiado… Se cuestionaba si todo lo que había tenido la libertad de elegir habría sido lo adecuado en esta sociedad a la que le importa bien poco si eres o no feliz con tus elecciones. Había días en que esta inseguridad e inconformismo la ahogaban. Y se perdía en ensoñaciones. Imaginaba un mundo cargado de buenas intenciones de unos para con otros, pero, al instante, al tomar conciencia de la realidad, la invadía una amarga sensación que minaba el poco humor con que ese día había logrado amanecer.
Comprobaba a diario que los pesares de la gente estaban enraizados en una sociedad enferma que exigía estándares que pocos eran capaces de identificar y, en la medida de lo posible, sortear. Alentaba a buscar un sentido a la vida que ella misma era incapaz de vivir en plenitud, al saber que todo a su alrededor jugaba en contra de ese precioso ideal que consistía en saber que otra vida, otro mundo, serían posibles si el hombre cambiase su esquema de pensamiento.
Y así un día y otro, iba cayendo poco a poco en un estado casi autómata, vegetativo; dejándose arrastrar unas veces por el consumismo y otras por las conversaciones vacías, pero sin dejar de sentir ese dolor silencioso que causa el saber que eres dueño de una vida que estás dejando pasar, sin hacer todo el bien del que eres capaz. Expresiva como era, su semblante se iba tornando un poco más triste cada día.
«No somos lo que deberíamos ser. El sistema nos ha arrastrado hacia una estructura individualista socialmente aceptada y normalizada… no nos damos cuenta de que otro mundo sería posible…» Al pensarlo, una lágrima descendía lentamente por su mejilla. No era capaz de exteriorizar estos pensamientos con nadie. Sabía que el pragmatismo de su entorno trataría de arrebatarle con argumentos mundanos lo que ella sabía que era incuestionable. Pero nunca, jamás permitiría que absolutamente nadie pusiese en duda lo que tanto tiempo le había llevado construir: una visión crítica del mundo que creía necesaria para no caminar en tinieblas. No era soberbia. Era búsqueda de fortaleza en su debilidad.