Relato «Los arrumacos»

Judit acababa de entrar en la cafetería “El pasaje” para cumplir con la rutina diaria de merendar un té rojo o verde con leche de avena y sacarina acompañado de una porción de bizcocho casero de almendras.

Había pasado la sobremesa estudiando un examen de informática en la biblioteca municipal y el cuerpo y la mente le pedían a gritos un extra de azúcar.

Al sentarse y pedir la consumición, llegaron en ese momento tres mujeres y tres generaciones al mismo tiempo. La abuela, la hija de esta y la nieta. Judit era gran amiga de la abuela Carmen pues ambas fueron durante bastante tiempo compañeras en un taller de manualidades.

Los arrumacos - Pilar Torres

Las tres mujeres hicieron por sentarse al lado de Judit con distintos intereses. La hija de Carmen deseaba que la amiga tuviera entretenida a la madre y Carmen quería conversar con su amiga y pasar un rato agradable con ella recordando viejos tiempos.

Al sentarse Carmen en la mesa de al lado, le dijo a Judit que pusiera el bastón en la esquina de la pared, y su amiga, presta, no dudó ni titubeó en ningún momento en hacerlo. Ante este comportamiento de Judit, Carmen en voz bien alta dijo “eso para empezar, ahí es nada”, y su amiga, ante este comportamiento ya observó que su amiga debía andar un tanto falta de afecto y de atenciones amorosas al valorar Carmen un hecho nimio con tanta pasión y alegría.

Vino la camarera y las tres mujeres solicitaron distintos tipos de infusiones.

Aparentemente todo era normal, cuando llegaron los tés a la mesa de Carmen, esta miraba las consumiciones y luego miraba a su familia como queriendo decir “disfrutad de esto, que son las pequeñas cosas de la vida la que dan sentido a esta”. Esta mujer tenía una gran sabiduría, aunque era analfabeta y nunca pudo estudiar.

Aparentemente todo era normal, pero enseguida Judit se apercibe de la vulnerabilidad de su amiga quien dijo en voz baja para ella con gesto de pena y con la intención de que los demás la escucháramos “cómo deliraba en el taller”. Judit le lanzó una sonrisa afirmativa queriéndole decir: “ahora estoy bien”. Carmen la comprendía perfectamente.

Musitando, Carmen comentó a su amiga que qué bien se lo pasaron en el tiempo que duró el taller de manualidades y que nadie tuvo jeta nunca, pasándose la palma de la mano por la mejilla de su cara, a lo que su amiga Judit respondió que “era cierto”.

Carmen con aire de preocupada, seguía hablando con su amiga y ahora la decía sin temor a ser oídas por su familia: “me quieren volver loca, pero no lo van a conseguir”, Carmen contaba con 87 años.

La hija trató de defenderse diciendo que su madre tiene principio de demencia senil, lo que Judit tampoco lo dudó, aun no notando nada de eso al respecto, pero al no tener conocimientos médicos ni lo podía afirmar ni lo podía desmentir.

Carmen preguntaba a su hija que “para qué quieres que venga”, y añadió, dirigiéndose a su amiga, “ahí necesito ayuda”, ante lo cual la amiga, tratando de ser lo más ecuánime posible y objetiva también, le dijo que su hija quería buscar a alguien que la cuidara, que su hija era buena pero también que era un poco bribona.

“¡Ah!”, exclamó Carmen con firmeza, frialdad y al mismo tiempo con mucha tranquilidad y serenidad, expectante de oír qué decía su hija al respecto.

La hija de Carmen musitó “soy una vividora”, y de nuevo Carmen, ahora ya más preocupada porque tenía que administrar su patrimonio y al mismo tiempo era consciente que a esas alturas de la vida debía enseñar a su familia cémo se debe comportar rectamente una persona en la vida, volvió a repetir “y para qué quieres el dinero”. La hija de Carmen, con una leve sonrisa expreso “para vivir y para hacer delirar a…”. El nombre no quedó claro, pero Carmen estaba muy preocupada. Se veía vulnerable pero veía que su hija, de alguna forma, también lo era.

Carmen ahora se dirigió a su nieta y le dijo a bocajarro “¿y si te hablo del legado?”, y la nieta callaba educadamente.

Resultaba increíble la sabiduría y lucidez de Carmen, cómo sabía defenderse frente al más puro egoísmo de su hija, sobre todo, y al mismo tiempo ser indulgente con ellas.

Cuando Judit decidió que debía irse del bar le comentó a Carmen con dulzura: “bueno, yo pago y marcho”, y Carmen le respondió con una sonrisa pintada de carmín, Carmen era una mujer muy guapa y presumida, “muy bien, me alegro mucho de haberte visto”.

Cuando Judit se dirigió a la barra del bar a pagar la consumición preguntaba la hija a su madre Carmen: “¿Por qué quieres tanto a Judit?”, y Carmen respondió “porque cuando salíamos del taller de manualidades me cogía del brazo y bajábamos hasta casa las dos agarraditas de la mano”.

Era evidente que Carmen tuvo una vida dura de ganadera y agricultura en el campo y en el pueblo y que no recibió demasiados afectos ni arrumacos, pero por el contrario ella sí tenía un gran corazón y era capaz de dar amor de forma generosa e inteligentemente.

 

Relato de Pilar Torres, integrante del Comité Pro Salud Mental en Primera Persona de AFESA Salud Mental Asturias.

 

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