Viajero montaña

Tu nombre es tu porqué

Esa inscripción sobre la piedra fue creciendo en mi interior, como un manantial de energía que busca su cauce.

La precisión de los surcos hablaba de un hábil escribiente, y ya solo quedaba averiguar el mensaje allí contenido, pues que otra razón podría tener su naturaleza enigmática, su idioma perfecto.

Las playas de mi memoria, de aguas tranquilas y arenas refinas, se fueron llenando de pasos, de las huellas que dejan los pensamientos. Pensaba: “Puede que al fin de mis días no alcance su significado, pero siento como el espíritu (que así llamamos a nuestro interior) crece a cada intento. Si el conocimiento es un paisaje, disfrutemos de su sol”.

Cuando el viajero tiene un motivo, lo llamamos peregrino, y así la existencia tuvo por centro el descubrimiento de la luz escondida tras el manto de dudas. Tantas dudas como estrellas; tantas estrellas como certezas…¿acaso no son estas las noches de la despedida?

A fin de cuentas, la verdad solo existe en los sueños; por lo tanto, el sueño es la esencia que busco. Sueño con llegar a la verdad, pero al completar el camino una duda te dice que vuelvas. El círculo es infinito.

Recuerdo a aquel niño que se acercó por primera vez a la piedra filosofal, con la inocencia de quien dice saber: “¿Cuántas conexiones serán necesarias para alcanzar la paz, o eso a que llamamos felicidad?”

Seguramente habría sido un hombre de oficio, como el que trabaja los campos, o como el que transforma las maderas; en vez de esto me dediqué a clasificar las luces, o los pensamientos, como única manera de vencer el olvido eterno, la muerte sin perdón.

Si es que crees que existe el oro, date en su busca y aporta si acaso una partícula de luz, que entre todos encontraremos la materia con que solucionar los miedos que en la inscripción se describen.

Si la vida no fuera un misterio, nunca habrían despertado nuestras conciencias, y nuestros pasos serían vacíos, como el viajero inexperto que se adentra en el desierto sin conocer sus leyes, sin saber que el sol de la justicia nunca descansa.

Si no cuestionamos nuestro aquí y nuestro ahora, si no cuestionamos nuestro nombre, la belleza no tendría sentido, la belleza, la perfección no sería tal; y todo sería nada, vacío, silencio estéril.

Cuando la luz de mis días se asemeje a la del atardecer, me ubicaré junto a la piedra sellada, en espera de un joven que quiera aprender, y en el ejercicio de lo aprendido el ciclo de las cosas volverá a nacer.

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